jueves, 20 de agosto de 2015

Hora Santa: Dedicada a la Víspera del Corazón Inmaculado de María





HORA SANTA DE AGOSTO, 
Para rezar en familia

Dedicada a la Víspera del Corazón Inmaculado de María 



R.P. Mateo Crawley-Boevey SS.CC
(1875-1960)



Te adoramos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión con los nueve coros de tus ángeles, que te ensalzan en el Paraíso.

Te bendecimos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión con las legiones de serafines y de santos que te adoran en tu solitario Tabernáculo.

Te glorificamos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión de amor y de reparación ferviente con María Inmaculada y Reina del cielo en las alturas, y la Soberana del cielo terrenal de tus Sagrarios… ¡Oh, sí, en unión con Ella sobre todo, venimos a cantar, Jesús, tus misericordias infinitas y a llorar tus agonías místicas, los pecados de ingratitud del mundo y tus soledades en la Hostia!

En unión con Ella, queremos en esta Hora Santa recorrer la Vía Dolorosa, para convertirla, con las glorias de la Inmaculada y con nuestros consuelos, en el camino de tus victorias, y para hacer de tu Calvario el Tabor de triunfo de tu adorable Corazón.

Jesús amado, después de veinte siglos, no te conocemos todavía lo bastante en tu Santa Eucaristía; perdona y acepta en desagravio la visión amorosa de María, las adoraciones extáticas de su Corazón de Madre…

Jesús benditísimo, no obstante tus larguezas y las maravillosas invenciones de tu ternura, no te amamos aún con la generosidad sin límites con que debiéramos corresponderte… Perdona y acepta, en compensación de nuestra frialdad, los fuegos divinos que abrasaron las entrañas y el alma de María el día de la anunciación venturosa.

Jesús-Hostia, amor de nuestros amores, vida de nuestra vida, aparta tus ojos hermosísimos de nuestros culpables desvíos, de tantas tibiezas, de tantos desmayos en nuestros propósitos de virtud, en nuestras promesas de santidad… y perdona en obsequio a la Madre, cuyo Corazón Inmaculado te ofrecemos en reparación de caridad y en homenaje de la más cumplida y fervorosa adoración.

Jesús divino, en honor, pues, de la Inmaculada, en agradecimiento a los cuidados de la Virgen, en obsequio a la encantadora Nazarena, te rogamos, Señor, que olvides los incontables olvidos de tu ley en que han incurrido estos hijos tuyos, que vienen a llorar sus faltas y las de tantos hermanos culpables en el cáliz de oro del Corazón de María.

Recoge en él nuestro llanto de arrepentimiento y prométenos reinar, Jesús, con más intensidad de fe, de amor, de humildad y de pureza en nuestras almas, en nuestras familias, en la sociedad entera, por el amor y los martirios de la Virgen Madre…

(Pausa)

(Decidle a Jesús en silencio elocuentísimo que le amáis mucho, pero que deseáis amarlo más, inmensamente más todavía, en respuesta a su Corazón, que solicita los nuestros. Pero ya que nuestra pobreza es tan grande, ofrecedle el don incomparable, casi divino, del Corazón de María… ¡Ah!, y pedidle a Ella que al ofrecerse por nosotros en esta Hora Santa, nos consiga la gracia inapreciable de amar con santa pasión y de hacer amar con celo infatigable al Corazón de su Hijo Salvador).

Voz de María. Nadie más que Ella tiene ciertamente el derecho de hablar de las intimidades del Corazón de Jesús y de sus propias angustias redentoras. Escuchémosla con filial cariño:

“Yo soy, desde el día de la anunciación del ángel, la madre del Amor Hermoso, y quiero que las almas se abrasen en las llamas de mi caridad… En esta hora mil veces sublime y venturosa, desde el 25 de marzo, en que Jesús y yo formamos una sola corriente de vida, pensé en vosotros, que me llamáis vuestra Madre… y decís verdad, porque lo soy…

(Lento y cortado)

Como tal he gemido, he sollozado, hijos míos, quemando con mis lágrimas ardientes las mejillas de Jesús Infante, en Belén inolvidable… Al arrullarlo entonces, al contemplarlo Dios e Hijo mío entre mis brazos, al besarlo en su frente divina, yo le ofrecía, previendo con entera certidumbre el deicidio de siglos y más siglos, que destrozaría, con dardo de pecado, el Corazón de vuestro Salvador. Yo, su Madre, lo levantaba en alto al Padre, rogándole, con martirios del alma, lo aceptara por la redención de los hijos ingratos…


(Cortado)

Besé sus manos, que me acariciaban, y marqué sus llagas con mis besos.

Puse mis labios en sus pies, reparando de antemano con mis ósculos las heridas de los hierros inclementes…

Ungí su frente con mis lloros y, sobre todo, puse mi cabeza, torturada con pensamientos de agonía, y luego mi boca, abrasada de sed de más amor, en su Costado ardiente, celestial… Y en ese Getsemaní de deliciosas amarguras, ahí Jesús y yo, su Madre, resolvimos, amando y padeciendo, la resurrección de tantos pródigos del hogar, de tantos renegados de la Cruz y del altar”…

(Pausa)

¡Oh, noche de paz y de tortura salvadora la que envolvió en sus tinieblas la cuna de Jesús! Extática y de rodillas, María velaba el reposo del Niño, del Eterno, y meditaba en otro Belén, con otra cuna de reposo aparente y de perpetuo sacrificio: el Sagrario, contemplado en lontananza… A través de los siglos, veía la Virgen amante y dolorida ese portal permanente, indestructible, donde Jesús Infante nacería millares de millones de veces entre las sombras de un altar humilde, para ser aprisionado en seguida en la cárcel inerte, pero dulcísima, de incontables tabernáculos… En cada uno de ellos el Dios-Prisionero, Jesús, infinitamente pequeño, sigue dormitando, mientras su Corazón Divino vela sobre nosotros y mientras, sobre su Cuna-Sagrario vela la Reina de sus amores, la Virgen María.

(Pausa)

Las almas. ¡Oh, sí, Jesús-Eucaristía, al lado del dorado copón que te aprisiona está tu Madre; ella te nos regala en esta Hostia Sacrosanta! Bendícela, Señor, en nuestro nombre, ya que Tú también le debes el haber realizado tu anhelo de encontrar tus delicias entre los hijos de los hombres… Cántale con los ángeles de tu Santuario, ensálzala con los ángeles de tu Paraíso, glorifícala, con los hijos, con los desterrados que la llaman su Madre, gimiendo en este valle de lágrimas. ¡Ah! En obsequio a ella, a quien no puedes negarle nada, danos, Señor, el reinado de tu Corazón en tu Santa Eucaristía. No quieras permitir que queden defraudadas tus esperanzas y las de tu Madre, siempre omnipotente en la causa de tu gloria.

(Cortado y vehemente)

Reina, Jesús Sacramentado, entre los afligidos, como un consuelo, en aquel Pan consagrado de cada día, que nos da la Reina de los Dolores.

Reina, Jesús Sacramentado, entre los niños como un valladar de inocencia perfecta y de candor, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos da la Reina de las Vírgenes.

Reina, Jesús Sacramentado, entre los pobres y desamparados, como un aliento en tantas penalidades, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos da la humilde Reina de los pastores de Belén.

Reina, Jesús Sacramentado, entre los sacerdotes, como un fuego en amor de santidad y celo, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos da la Reina de los Apóstoles.

Reina, Jesús Sacramentado, en los hogares, como virtud de fe vivísima en las almas de los padres y los hijos, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos da la Reina del edén de Nazaret.

Reina, Jesús Sacramentado, en el Episcopado, en tu Vicario, en tu Iglesia, con un Pentecostés de caridad abrasadora, mediante aquel Pan consagrado de cada día, que nos da la Reina omnipotente del Cenáculo.

Jesús amabilísimo y adorable del Belén de los Sagrarios, paga los desvelos, los ósculos de ternura, los abrazos, las lágrimas de tu Madre, sus deliquios de amor junto a tu cuna pajiza, coronando a María Inmaculada, con las glorias y los triunfos de tu Corazón Sacrosanto.

(Pausa)

Quejas de María. Su voz doliente es la de una Madre cruelmente herida, que pide compasión a los hijos fieles, por la decepción de los otros…, de los pródigos, que en el mismo hogar, oprimen con amarguras su Corazón santísimo.

La historia de Jesús de Nazaret no es historia antigua; es, hoy día, una triste historia de dolores que cercan al hijo y a su Madre con el mismo vallado de agudísimas espinas…

Que nos hable la Virgen dolorida:

“Una tierra extraña, una tierra de gentiles, de enemigos, brindó un asilo a mi Hijo-Dios allá en Egipto… El desierto mitigó sus ardores y sus oasis tuvieron manantiales y refrigerios que nos negaron los ingratos, los preferidos nazarenos… ¡Ay, cómo hirió el Corazón de vuestro Dios ese desdén de soberbia, esa envidia enconada de los de su propia casa! Ahí donde hubieran debido aclamarlo batiendo palmas, tramaron con ira en su contra, y buscaron piedras para ultimarlo, y un horrendo abismo para despeñarlo con su gloria… Lloramos juntos, Jesús y María, los desvíos de los nuestros, el desprecio altivo e injurioso de aquel Nazaret de tantos y de tan suavísimos recuerdos… La soledad nos hizo silenciosa compañía. Y el odio nos tejió, en ese terruño de ternuras, nuestra primera corona de espinas… Ahí donde yo, su Madre, le contemplé, Niño y adolescente encantador entre las flores y las ovejitas de esa hondonada perfumada, ahí donde canté su hermosura divina, a coro con los ángeles, lo vi maldecido, y hube de llorar el desconocimiento con que Nazaret rechazó al manso Redentor… ¡Ay!, su pena y la mía se ahondaban, pensando en las edades por venir, previendo que tantos hijos desdichados, que tantos cristianos soberbios y renegados, desconocerían a su vez, en el seno mismo de Israel y de la Iglesia, la ley de gracia y la verdad del Señor Jesús. ¡Oh, sí!, los vio huyendo del cercado del Pastor, lejos y olvidados del hogar del Padre celestial… Vosotros, hijos míos, porque sois los hermanos menores de Jesús, mi Primogénito, y que habéis venido en busca de su Corazón Divino consoladlo en su desamparo… Tomad mi amor, mis finezas y mis sacrificios y ponédselos en el ara del altar, como un holocausto de reparación cumplida. Vuestra Reina os pide para Él una íntima plegaria… Yo, la Inmaculada, la Virgen-Madre, quiero repetirla con vosotros…”. 

(Digámosla en unión con María)
(Lento y cortado)

Las almas. ¡Jesús de Nazaret, retorna y queda encadenado, como Rey, entre nosotros! No cedas, mil veces no, al clamor de un mundo malo, que te arroja o te hiere con desprecio de altivez satánica… Retorna y queda encadenado, como Rey, entre nosotros… Serán muchos, Señor, los que maldigan tu nombre y nieguen tu Evangelio; pero, mira, estamos tan resueltos, somos tan tuyos los que te suplicamos, que no te vayas jamás, jamás, de nuestro lado; retorna, pues, y queda encadenado, como Rey, entre nosotros…

¿Qué haría el mundo sin Ti, que eres su paz; sin Ti, que eres su cielo? ¿Qué haría, sino gemir entre cadenas por haberte desterrado siendo Tú su libertad?… Los desgraciados que así pudieron ofenderte, no han sabido lo que han hecho, perdónalos… Salvador benigno, retorna y queda encadenado, como Rey, entre nosotros… ¡Ah! los mismos que, como los nazarenos ingratos, te arrojaron de tu suelo y de tu casa, extrañarán un día el calor de tu Corazón, que salva y que perdona; recordarán que Tú, que sólo Tú, has dicho la verdad, enseñado la justicia y prodigado la misericordia… Y entonces, muchos de esos mismos te llamarán y te rogarán con lágrimas que vuelvas… Retorna, Jesús, retorna entonces perdonando, y queda para siempre encadenado, como Rey, entre nosotros. Sí, para siempre; no te vayas, no nos dejes jamás… Maestro; por eso venimos en nombre de todos los ingratos de la tierra, y para ellos y nosotros te pedimos:

(Todos en voz alta)

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Venimos a buscarte en nombre de muchos enfermos del alma, de muchos que vacilan entre dos abismos: el del pecado y el del infierno, y para ellos y nosotros te pedimos:

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Llegamos a tus pies en nombre de los agonizantes, que en la vida te insultaron, que en su juventud te hirieron y olvidaron… Pobrecitos, necesitan clemencia infinita; y por esto, para ellos y nosotros te pedimos:

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Nos acercamos a tu Sagrario en nombre de tantos padres que han olvidado sus deberes para contigo, en nombre de tantas madres que padecen de amarga incertidumbre por el porvenir eterno del esposo y de los hijos; para ellos y nosotros te pedimos:

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Hemos venido, llenos de confianza en tu misericordia, a pedirte, sin vacilaciones, grandes prodigios y aquellos milagros de ternura, prometida a la Hora Santa y a la Comunión frecuente y cotidiana; venimos a pedir tu reinado en la conversión de muchos y de grandes pecadores; para ellos y nosotros te pedimos:
Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Aquí nos tienes, Señor, traídos por tu Madre; inspirados por Ella, venimos a pedirte por las almas buenas, por tus Apóstoles, por el sacerdocio, por los corazones que te están consagrados y que te hicieron promesa de vivir en santidad…; para ellos y nosotros te pedimos:

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Y, en fin, ¡oh, Dios Sacramentado!, venimos en demanda del triunfo grande, universal, decisivo, de tu Corazón en tu santa Iglesia, en tu Eucaristía, en tu Evangelio, en tu Vicario. Para los niños y gobernantes, para los ricos y los pobres, para los cristianos, los herejes y los gentiles, para todos, Jesús, para todos, y en especial para nosotros, tus amigos, te pedimos:

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Dánoslo hoy, Señor, en nombre y por amor al Corazón de María Inmaculada…

(Pausa)

Enseñanzas de María. Una Hora Santa es una solemne meditación de amor que lleva a Jesucristo… ¿Qué camino puede llevarnos a Él que no sea el de María, su dulce Madre? Y en estos días en que nos rodean tinieblas tan espesas de ignorancia y de pecado, pongamos atento el oído a las insinuaciones de esta amable soberana. Que nos enseñe, pues, los peligros del desierto. Ella, que le atravesó llevando sobre su pecho virginal, sano y salvo, al Hijo de su Corazón Inmaculado… Oídla…

“¡Hijos de mi amor y de mis angustias, escuchadme: No hay sino un mal grave imponderable, sólo uno, y es perder a Jesús, cuyo Corazón es la vida, el amor y el Paraíso!…”.

Yo, su Madre, lo perdí, durante tres días en Jerusalén, y mi alma padeció agonías inenarrables. ¡Ay!, saberlo ausente…; vivir a distancia de Él, no verlo, no sentirlo, no poseerlo, después de haberlo estrechado sobre el corazón, después de haberlo visto sonreír y llorar, después de haberle entregado toda el alma en un beso de cariño, ¡qué suplicio horrendo!…

Mas ¿qué podré deciros si os cuento los dolores de mi alma maternal, destrozada en la tarde del Jueves Santo con la suprema despedida?… ¿Ni qué dolor superó jamás a mi dolor, cuando, el amanecer del Viernes Santo, me trajo la visión de sus ignominias, de su flagelación y de sus escarnios?… Sangre y espinas, y blasfemias y odio y gritos de muerte; tal fue el cuadro de desolación infinita que Dios Padre quiso poner ante mis ojos de Madre, la más triste y dolorida de todas las madres de la tierra… Decid, vosotros que me amáis, decidme en esta Hora Santa, si es posible, si conocéis un dolor semejante a ese dolor…

Hijitos míos; no queráis saber jamás cuán mortal es esa angustia. Jesús es vuestro; yo, María, os le he entregado; es enteramente vuestro; no queráis jamás, jamás, perderle por la culpa grave. Los que habéis conservado todavía la pureza bautismal, la inocencia, ¡oh!, no le lastiméis con la cruel lanzada del primer pecado mortal, que desgarra el Costado del amabilísimo Jesús. ¡Esa primera hora de orgullo, de placer, en contra de su ley; ese primer pecado grave, atraviesa con dardo de fuego su Corazón ternísimo! Pero… si hubierais ya caído, si os hubierais manchado, yo os conjuro a que lavéis con lágrimas esa afrenta quemante del rostro de Jesús… Recobradlo, hijos míos; venid donde Él, venid pronto, abrazaos a sus pies y no lo dejéis ya más… ¡Os ama tanto!… ¡Amadlo!…

(Y en especial oídme vosotras, madres de un hogar, que debe ser el templo santo de Jesús, cuidad que el esposo y que los hijos no pierdan, por tibieza vuestra, la compañía deliciosa de mi Hijo-Dios.

Que reine siempre en ellos…

Sí, que se quede, eternamente con el padre, con la madre, con los hijos del hogar cristiano que lo adora; que se quede en los días de invierno y de pesar en las horas de primavera y de alegría…).

Almas queridas, aferraos con pasión divina a Jesucristo, dejad que Él os encadene para siempre, sobre el Corazón, entre sus brazos… ¡Ah, no lo perdáis jamás!…

(Digámoselo nosotros mismos al Señor Sacramentado).

Las almas. ¡Jamás te abandonaremos, Jesús, con el auxilio de tu gracia y de tu Madre, jamás! ¡Pero como nuestra fragilidad es tanta, te rogamos, Salvador amado, que no nos dejes de tu mano, que Tú también te aferres a nosotros, por tu gran misericordia…!

(Lento y cortado)

Corazón de Jesús, no nos dejes en la vorágine de tentaciones que nos asedian, como fieras hambrientas del infierno; no consientas que nosotros te perdamos.

Corazón de Jesús, no nos dejes en las grandes debilidades del corazón humano, tan propenso a las seducciones del amor terreno; no consientas que nosotros te  perdamos.

Corazón de Jesús, no nos dejes en la desesperación de nuestros males, porque Tú bien sabes que ciertos sufrimientos agostan, enferman de muerte el alma; no consientas que nosotros te perdamos.

Corazón de Jesús, no nos dejes en las desolaciones y soledades en que, con frecuencia, nos abandonan las criaturas que no saben amar, como Tú amas, y que son indiferentes a nuestras penas o no pueden aliviarlas…; no consientas que nosotros te perdamos.

Corazón de Jesús, no nos dejes en el abismo de nuestras constantes recaídas, en aquellas postraciones de nuestra endeble voluntad, tan tornadiza, en el propósito de amarte con verdadero sacrificio; no consientas que nosotros te perdamos.

(Breve pausa)

Por amor de la Virgen Madre te conjuramos a que permanezcas, Jesús, siempre a nuestro lado, no quieras jamás dormir durante la borrasca, en la barca tan frágil de nuestro pobrecito corazón, que hoy día te ama.

(Todos en voz alta)

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En los momentos de amargura:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En los días de debilidad moral:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En los momentos de vacilación e incertidumbre:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En las horas de hastío y de cansancio:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En las ocasiones tan frecuentes de olvido de nosotros mismos:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En los días de desaliento en tu servicio:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En las horas de fragilidad y de caída:
Corazón de Jesús, en ti confiamos. 

En los momentos de duda peligrosa o de temible ilusión.

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En los días de enfermedad y en los peligros de muerte:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En nuestros postreros instantes, en las convulsiones de la suprema agonía:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

Jesús, amor de nuestra vida y amor de nuestros amores, confiamos nuestra existencia, nuestras tribulaciones y la esperanza final de nuestro cielo, en tu benigno, en tu dulce, en tu misericordioso Corazón…



Dolores inenarrables de María. Sus agonías fueron más amargas y más hondas que el océano; las lágrimas de su alma virgen, maternal y mártir, si se convirtieran en luz, formarían muchos soles… Que Ella nos lo diga. ¡Háblanos tú, María, Reina de los mártires!…

“Mis dolores son inenarrables, porque no son míos; son las agonías del Corazón de mi Jesús que inundan, como un mar embravecido, mi corazón de Madre… Es el dolor infinito de un Hijo-Dios, el que ha torturado mi alma con aflicciones sin medida… ¡Y cómo no iba a ser así cuando he visto bañado en sangre, cubierto de baldones, vejado con maldiciones, pisoteado por los soberbios, escarnecido por el fango de los caminos a mi Señor, al Hijo de mis entrañas, a mi Dios y mi todo!… Lo he visto a través de mis lágrimas; lo he visto, por iluminación de lo alto, en la Vía, perpetuamente dolorosa de siglos y más siglos, siempre jadeante, siempre desolado y triste, bajo el madero infame de todas las perfidias… Lo he visto en lontananza, concluida su vida terrena y la pasión de su Calvario; lo he visto arrastrado siempre por las turbas, despojado de su realeza, coronado de espinas, burlado en su soberanía, escupido en aquel rostro que es el encanto de todos los bienaventurados… Lo he visto, hijos míos, en la cuesta de ese Gólgota perpetuo, seguido por los hipócritas, por los impuros, por los sacrílegos, por los traidores, por los blasfemos, y todos, con ira en el alma, con hiel en las palabras, lo insultaban, a Él, que bendecía entre sollozos y que perdonaba agonizando… Lo he visto ¡oh dolor!, buscando con la mirada, desde millares de Sagrarios empolvados, desde la prisión del Tabernáculo, casi siempre solitario, buscando en la distancia los ojos del amigo, del hermano, de la esposa, del consolador y del apóstol; y ¡cuántas veces, cuántas, no ha encontrado sino el silencio, el olvido y la soledad de un hielo, que ha renovado la profunda herida de su pecho destrozado!… ¡Ah, y lo he visto morir, y morir inútilmente, estérilmente para tantos infelices pecadores, para tantos hijos renegados de su Templo, de su Cruz y de su Ley!…

Por lo menos, vosotros, sus amigos, que traéis el lienzo de pureza y de cariño de la amantísima Verónica, vosotros, que lo conocéis de cerca, subid conmigo, Su Madre, subid hasta su Costado abierto, y ponedle ahí, en un beso apasionado, el alma, enardecida en viva caridad. Venid, lloremos juntos tanta desventura; venid, y amemos en nombre de un mundo que le dio la muerte con la apostasía de perversa ingratitud…”.

(Pausa)

(No olvidemos; la historia de la horrenda noche del Jueves Santo, del pretorio, de la Vía Dolorosa, es historia escrita hoy con caracteres de culpa deicida y es culpa nuestra. Pecaron nuestros padres, pecaron los verdugos, y nosotros seguimos recayendo en el pecado. ¡Ea!, reparemos y lavemos, si preciso fuera, con sangre, nuestra propia afrenta. Digámosle a Jesús Sacramentado una palabra de amoroso desagravio).

Las almas. Señor, acuérdate que dijiste que habías venido a dar la vida y a darla con superabundancia inagotable; te pedimos, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:

(Todos en voz alta)

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Señor, acuérdate que dijiste que habías venido en busca de las ovejillas descarriadas de Israel; ¡ah!, no las desampares entre las espinas del camino extraviado; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Señor, acuérdate que prometiste celebrar en el hogar de tus ternuras la llegada del pródigo arrepentido, con cantares y festejos de ángeles; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Señor, acuérdate que, invitado a la mesa de tus enemigos, de los pecadores, aceptabas el convite para conquistarlos, en seguida, con palabras de ternura y de esperanza; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Señor, acuérdate que buscaste siempre con marcada preferencia a los más caídos, y que Magdalena, la Samaritana, el Buen Ladrón y tantos culpables, saborearon la suavidad infinita de tu Evangelio; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu

Corazón piadoso:

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Señor, acuérdate, por fin, en tu vida de Hostia redentora, que perdiste la vida terrena por perdonar al hombre, y que expiraste convidando al cielo de tu Padre a un dichoso desdichado que endulzó tu agonía y compró tu Paraíso con una sola palabra de arrepentimiento humilde; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Que así sea, Jesús, en especial para aquellos que han sabido consolarte en la Comunión Reparadora y en la bellísima plegaria de la Hora Santa. Cumple con ellos y los suyos tus promesas de misericordia.

(Pausa)

Triunfos de Jesús y Glorias de su Madre. El hijo de María es Dios en su muerte y debe ser Dios en su triunfo. Los resplandores que cubren el sepulcro despedazado, envuelven su Cruz, su Iglesia, su Tabernáculo y glorifican a la Virgen María.

Pero ese triunfo del Señor Crucificado, es un triunfo secreto y misterioso, es una victoria, íntima como la gracia y como las almas… Así es cómo ese Dios, realmente presente, pero oculto en esa Hostia, va dominando todas las tempestades del infierno… todas mueren ante el humilde Sagrario.

Y esa gran victoria, inamovible, eterna, es también la victoria y la exaltación de la Mujer purísima de María Inmaculada, unida a Él como en las supremas angustias del Corazón del Hijo, en las inefables alegrías de su gloria y de su triunfo.

Terminemos, pues, esta Hora Santa con una plegaria de alabanza y con un hosanna de júbilo.

Las almas. Jesús adorable, ya es llegado el tiempo en que veamos convertido tu altar en el Tabor de tus glorias, pues con este fin revelaste a Margarita María las magnificencias de tu victorioso Corazón… Tu Vicario y el sacerdocio, encendidos en nuevo celo; tu Eucaristía, amada y recibida con la vehemencia de un amor inusitado; la práctica de la Hora Santa; la consagración de los hogares, convertidos en tus templos, todo, en fin, ¡oh, Dios Sacramentado!, todo nos está diciendo con idioma elocuentísimo que el lábaro de tu Corazón avanza, recuperando el mundo que derramó tu sangre… Afianza, pues, Señor, tu reinado, y avanza más y más, ¡oh, Rey de los amores!, te lo rogamos en nombre de María Inmaculada, en cuyos brazos te encontramos siempre asequible y siempre a nuestro alcance.

Corazón de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y derrama por el mundo entero las gracias prodigiosas con que alientas y confirmas esta sublime devoción; por el Corazón Inmaculado de María:

(Todos)

Venga a nos tu reino.

Corazón de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y dilata hasta los últimos confines de la Tierra el fecundo aliento de regeneración cristiana que ofreces a las almas en este amor incomparable; por el Corazón Inmaculado de María:

Venga a nos tu reino.

Corazón de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y afianza la realeza de tu suavísima ternura en el hogar, en todas las familias que te están diciendo que eres su paz y su cielo anticipado; por el Corazón Inmaculado de María:

Venga a nos tu reino.

Corazón de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y alienta a los apóstoles que anhelan coronarte con diadema de almas, de muchas almas pecadoras, conquistadas con tu caridad infinita, inagotable; por el Corazón Inmaculado de María:

Venga a nos tu reino.

Corazón de Jesús; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y cumple con tu Iglesia las solemnes promesas de victoria hechas a Margarita María, como bendición y recompensa de este querido y fecundo apostolado; por el Corazón Inmaculado de María:

Venga a nos tu reino.

Corazón de Jesús; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y, en obsequio a la Virgen Madre, da a los trabajos y a las palabras de tus apóstoles la virtud irresistible de entronizarte dondequiera que haya un alma o un hogar que necesiten de tu gran misericordia; por el Corazón Inmaculado de María:

Venga a nos tu reino.

Sí, establécelo, Señor, en la familia, en el pueblo, en el gobierno, en la enseñanza, ¡reina por tu Corazón Divino!

Te conjuramos por las lágrimas de tu Madre… te lo exigimos por el honor de la

Virgen Inmaculada, ¡reina en el mundo y en la Iglesia universal, reina por tu Sagrado Corazón!

Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino! 

Padrenuestro, Avemaría y Gloria [para las intenciones de nuestro Santo Padre, el Papa], y para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.









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