domingo, 8 de noviembre de 2015

R.P. Leonardo Castellani: Parábola del Trigo y la Cizaña




Domingueras Prédicas
R.P. Leonardo Castellani



Domingo Vigesimocuarto después de Pentecostés (V móvil después de Epifanía)

Este Domingo se lee la parábola de la Cizaña, que es una de las más hermosas y de las más importantes; una de las tres parábolas fundamentales que Cristo mismo interpretó a sus Apóstoles: trata del problema de la existencia del mal en el mundo.

La interpretación que más tarde dio Cristo mismo a sus discípulos es la siguiente:

"El sembrador de la semilla hermosa es el Hijo del Hombre; El campo es el mundo.
La hermosa semilla son los hijos del Reino.
La cizaña son los hijos del Malo.
El que salió a esparcirla es el Diablo. La siega es la consumación del siglo.
Los segadores son los ángeles.
Como se ata la cizaña y se la echa al fuego, Así será en la consumación del siglo: Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles
Y recogerán de todo su Reino
Todos los escándalos y los hechores de iniquidad
Y los arrojarán a la fragua del fuego:
Allí será el clamor y el rechinar de dientes. Mas los justos resplandecerán como el sol En el Reino de su Padre...
El que tenga orejas, que escuche".

La fabulita está preciosamente hecha: es un símbolo sencillo y duro, como esculpido en marfil. Una cosa enteramente posible en el medio rural palestino, esos pequeños trigales sin alambrado y lejos de las casas; la treta del enemigo que es una típica venganza de rústico: un daño que es fácil de hacer y de ocultar, que no se ve sino después de un tiempo; el celo de los sirvientes o peones; la prudencia del paterfamilias; el lolium temulentum, que no es cizaña como abrojo, sino un yuyo que no hay en la Argentina, que es parecido al trigo y da también harina, pero venenosa como indica el nombre latino. En España lo llaman "luello" en Castilla, joyo" en Cataluña y en Andalucía "hierbamula", porque la dan los gitanos a las mulas para hacerlas parecer vivarachas. El luello es igual al trigo hasta que grana; cuando grana es más alto, así que se le puede segar las cabezas, las espigas, sin tocar las del trigo.

No hay en esta fábula nada desmesurado y paradojal, como en casi todas las parábolas de Cristo; anoser el carácter terrible y casi irreparable del daño hecho por el enemigo. En efecto, el pecado es de suyo irreparable y terrible. Y eso es misterio: toda la inmensa masa de males que hay en el mundo por causa del pecado de Adán; y que lo tengamos que pagar nosotros, que no estábamos allí en el Edén. Estábamos en los lomos de Adán, dice rudamente la Escritura; y la biología moderna parece apoyar esto hablándonos del SOMA GENÉTICO que corre en línea recta del primer hombre hasta nosotros y que no es propiedad del hombre individuo sino de la especie. Pero además, todos los pecados individuales acumularon y acumulan los males indeciblemente. El pecado adámico sólo dio a sus hijos la propensión a sufrir —y a pecar; los sujetó a la muerte. Los hijos inmediatos de Adán fueron más felices que nosotros.

Pero de todas maneras ¡que un solo pecado del Ángel y un solo pecado del primer hombre haya producido tanto daño; y que no pueda remediarse sino sólo por la mano de Dios! "Un alma que está en el Infierno por un solo pecado mortal", dice San Ignacio. No sabemos si hay en el Infierno un alma con un solo pecado mortal; y yo personalmente no lo creo. Sin embargo es posible.

Otra cosa que indica la parábola es que la Iglesia durará bastante tiempo, tres estaciones del año y que Cristo no creyó ni enseñó que el fin del mundo estaba allí, al caer: pero desto debo hablar el próximo domingo, si Dios quiere.

Pero lo que enseña directamente la Parábola es que el mal en este mundo no se puede suprimir del todo y que la cizaña, o el luello, durará hasta el tiempo de la siega. Es una grave tentación del hombre religioso y ha sido un grave error a veces de los hombres de Iglesia o de Estado querer arrancar todo luello, enderezar los desórdenes, suprimir los vicios, extirpar los pecados de una vez. Mala palabra ésa de extirpar, parienta de "destripar". La intolerancia, la rigidez excesiva, el fanatismo, la violencia no hacen bien a la
religión.

Suelen poner como ejemplo desto a Lutero, que me parece poco exacto: "Lutero, queriendo extirpar la cizaña, la desparramó" —dice un escritor. Es verdad que todos los Protestantes primero invocaron "la Reforma de la Iglesia", reforma que hacía un siglo o más era el clamor de todos los buenos cristianos; pero Lutero cuando clavó sus 95 tesis contra las indulgencias en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg, ya era hereje, ya tenía el
"animus haereticus" y había escrito cosas heréticas, y sobre todo tenía el "animus antiromanus", el odio a Roma germánico, de todos o muchos de los alemanes de aquel tiempo; y la reforma de la Iglesia era solamente un estandarte y un pretexto'. Porque los alemanes nunca han perdonado a Roma la derrota de Arminio (o sea Hermann) por Varo; ni a Carlomagno el que hubiese hecho bautizar a los sajones por la fuerza: que es un ejemplo de la violencia al servicio de la religión: mal servicio.

Mejor ejemplo es Savonarola. Savonarola, fraile domínico, poeta, gran orador y espíritu ardientemente religioso, quiso moralizar la ciudad de Florencia, y mediante ella toda Italia, y mediante ella toda la Cristiandad, es decir, extirpar la cizaña; y se lanzó a la empresa con más fervor que prudencia. Acabó quemado, aunque quemado después de muerto, primero lo colgaron, con dos compañeros: murió santamente aunque desdichadamente. Quería hacer de Florencia una especie de convento, extirpar todas las inmoralidades; y de hecho, consiguió hacer una especie de convento con Florencia, pero por poco tiempo. Su error fue arrojarse a la politiquería: se le antojó que para moralizar a Florencia había que arrojar de su trono a los Médicis, que eran corrompidos (según) y fundar una república popular. Consiguió fundar una república popular; pero resultó más corrompida que los Médicis. La verdad es que Jerónimo Savonarola fue mucho mejor hombre (en cuanto podemos juzgar, Dios lo sabe) que el Papa Alejandro Borgia, el cual si no lo hizo matar le pasó raspando: lo mató la Señoría de Florencia sabiendo que agradaba al Papa. El Papa era la cizaña; pero Fray Jerónimo no era muy trigo candeal.

Mucho más desdichadamente murió el Papa: murió en su cama, pero envenenado; y se pudrió al instante de morir. Había preparado veneno para matar a cuatro Cardenales en una comida; y el mucamo se equivocó de botella (o no se equivocó, vaya a saber) y se lo sirvió a él y a su hijo César. César Borgia se salvó a gatas, para ir a morir sifilítico en España de una bala de falconete.

Recuerdo estos horrores para que vean el calibre de la cizaña que ha habido incluso adentro de la Iglesia. Pero ¿Judas? Judas perteneció al Colegio Apostólico.

Esta parábola nos desrecomienda la intolerancia pero no nos aconseja la blandenguería. ¿No hay que luchar contra el pecado; no hay que castigar los delitos? Evidentemente sí: ésa es la vida misma de la Iglesia y el deber del Estado. Ni dureza de corazón ni merenguería, ni soberbia ni abyección, ni prepotencia ni cobardía. "Ni huno ni hotro, chamigo", dijo el correntino; porque tan malo es pasarse como no llegar.


(P. Leonardo Castellani, Domingueras Prédicas, Ed. Jauja, Mendoza, 1997, p. 41- 45)






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