viernes, 25 de marzo de 2016

Martirologio Romano 25 de marzo

VIERNES SANTO
DE LA PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR


"He oído tu anuncio, oh Señor, y quedé lleno de temor.
¡Ejecuta, Señor, tu obra en medio de los años, en 
medio de los años dala a conocer! ¡En tu
ira no te olvides de la misericordia!"
(Habacuc III, 2)


  • Viernes Santo de la Pasión y muerte del Señor.
  • La Anunciación de la beatísima Virgen María, Madre de Dios (trasladada hasta el 4 de abril por recaer en viernes santo).
  • En Jerusalén, la conmemoración del santo Ladrón, que, habiendo en la cruz confesado a Cristo, mereció oír de Él: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».
  • En Roma, san Quirino, Mártir, que en tiempo del Emperador Claudio, despojado de sus bienes, sufrida la hediondez de la cárcel y el tormento de muchos azotes, fue degollado y arrojado al Tíber; pero, hallado por los Cristianos en la isla Licaonia, que más tarde se llamó de san Bartolomé, fue sepultado en el cementerio de Ponciano.
  • En Roma también, doscientos sesenta y dos santos Mártires.
  • En Sirmio, el suplicio de san Ireneo, Obispo y Mártir, el cual, en tiempo del Emperador Maximiano, y presidiendo Probo, primeramente vejado con atrocísimos suplicios, después torturado muchísimos días en la prisión, y finalmente decapitado, consumó el martirio.
  • En Nicomedia, santa Dula, esclava de un soldado, la cual, perdiendo la vida por conservar la castidad, mereció la corona del martirio.
  • En Laodicea, junto al Líbano, san Pelayo, Obispo, el cual, en tiempo de Valente, sufrió el destierro y otros trabajos por la fe católica; pero al fin restituido a su sede, descansó en el Señor.
  • En Aindre, isla del río Loira, san Ermelando, Abad, cuya gloriosa vida se recomienda por sus insignes milagros.
  • En Pistoya de Toscana, los santos Confesores Baroncio y Desiderio.
  • En Montefiascone, santa Lucía Filippini, Fundadora del Instituto de Maestras Pías que lleva su nombre, benemérita de la Cristiana educación de las niñas y mujeres principalmente pobres; a la cual el Papa Pío XI puso en el número de las santas Vírgenes.
Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.

R. Deo Gratias.




Por sus sufrimientos y su muerte, Cristo, nuestro Jefe, 
santifica la lglesia, que se convierte en su cuerpo místico
(Don Columba Marmión)


En Jesucristo, la naturaleza humana, perfecta e íntegra en si misma, es unida a la persona del Verbo, del Hijo de Dios. Muchas acciones, en Cristo, no pueden ser realizadas sino por su naturaleza humana; si trabaja, si anda, si come, si duerme, si enseña, si sufre, si muere, es en su humanidad, es por su naturaleza humana; mas, todas estas acciones pertenecen a la Persona divina a la que esta humanidad está unida. Es una persona divina que hace y actúa por la naturaleza humana.

De aquí resulta que todas las acciones realizadas por la humanidad de Jesucristo, por insignificantes, ordinarias, simples y limitadas que sean en su realidad física y su duración terrena, son atribuídas a la Persona divina a la que esta humanidad, está unida; son las acciones de un Dios. De este jefe, ellas poseen una belleza y un es­plendor trascendentales; adquieren, desde el punto de vista moral, un precio inestimable, un valor infinito, una efi­ciencia inextinguible. El valor moral de las acciones humanas de Cristo se calcula -por la dignidad infinita de la Persona divina, en la cual subsiste y obra la naturaleza humana.

Si esto es cierto de las más insignificantes acciones de Cristo, es mucho más verdadero de aquellas otras que constituyen propiamente su misión aquí abajo, o se rela­cionan a ella; substituimos voluntariamente a nosotros como víctima sin mancilla, para pagar nuestra deuda y devolvernos por su expiación y satisfacción, la vida divina.

Tal es la misión que debe cumplir, la carrera que debe recorrer. ''Días ha puesto sobre El", hombre como nos­otros de la raza de Adán, sin embargo, justo, inocente, sin pecado, "la iniquidad de todos nosotros": Posuit in eo iniquitatem omnium nostrum. Puesto que ha llegado a ser, por decirlo así, solidario de nuestra naturaleza y de nuestro pecado, Cristo ha merecido hacernos solidarios de su justicia y de su santidad. Dios, según la expresión tan enérgica de San Pablo, "enviando por causa del pecado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, ha condenado el pecado en la carne''; Deus Filium suum mittens in similitudinem: carnis peccati: et de peccato damnavit peccatum in carne; y con una energía más admirable aún, añade: "a Cristo, que no ha conocido el pecado, Dios lo ha hecho pecado por nosotros", Eum qui non no­ verat peccatum, pro nobis peccatum fecit. ¡Qué energía hay en esta expresión: peccatum fecit! El apóstol no dice: peccatorem, pecador sino: peccatum, "pecado".

Cristo ha aceptado, por su parte, el tomar sobre Sí todos nuestros pecados, hasta el extremo de !legar a ser en cierta manera, sobre la cruz, el pecado universal, el pecado viviente. Voluntariamente se ha puesto en lugar nuestro, y por esto mismo, será herido de muerte: "Nuestro rescate será su sangre" . La humanidad será rescatada, "no por cosas perecederas, por el oro o la plata, sino por la preciosa Sangre, aquella sangre del Cordero sin man­cha y sin defecto, la Sangre de Cristo, que ha sido des­tinada desde antes de la creación del mundo''.

Oh, no lo olvidemos, "hemos sido rescatados por un gran precio". Cristo Jesús ha derramado por nosotros hasta la última gota de su Sangre Es cierto que una sola gota de esta Sangre divina hubiera bastado. Para rescatarnos; el más pequeño sufrimiento, la más ligera humillación de Cristo, incluso un solo deseo salido de su corazón hubiera bastado para expiar todos los pecados, todos los crímenes que se hubieran podido cometer; pues cada una de las acciones de Cristo, siendo acción de una
per­sona divina, es una acción de un valor infinito. - Mas, Dios, para hacer resaltar más aún a los ojos del mundo entero el inmenso amor que le profesa su Hijo: Ut cognoscat mundus quia diligo Patrem, "y la inefable caridad de este mismo Hijo hacia nosotros": Majorem. hac dilectionem nemo habet; para hacernos constatar más vivamente cuán infinita es la santidad divina y cuán profunda la malicia del pecado, y por otros motivos aún que no po­demos descubrir, el Padre eterno ha exigido como expia­ción de los crímenes de la humanidad todos los sufrimientos, la pasión y muerte de su divino Hijo; de hecho, la satisfacción no fué completa hasta que Jesús, desde lo alto de la cruz, con voz agónica, pronunció el Consummatum est: "Todo esta consumado"; solamente entonces, sumisión personal de redención aquí en este mundo fué completa y su obra de salvación cumplida.

Por sus satisfacciones, como también por todos los actos de su vida, Jesucristo ha merecido para nosotros toda gracia de perdón, de salvación y santificación.

En efecto, ¿qué es el mérito ?

Es un derecho. a la recompensa. Cuando decimos que las obras de Cristo son meritorias para nosotros, queremos decir que, por ellas, Cristo tiene derecho a que nos sea dado todo cuanto se refiere a la vida eterna, con las gra­cias que conducen a ella o con ella se relacionan. Es realmente lo que nos dice San Pablo: "Nosotros somos justificados, es decir, hechos justos a los ojos de Dios, no por nuestras propias obras, sino gratuitamente, por un don gratuito de Dios, a saber la gracia, que nos viene por me­dia de la Redención obrada por Jesucristo." - Jesucristo, vida de Alma, pp. 62-64.

Esta inmolación de un Dios, inmolación voluntaria y llena de e.mor, ha obrado la salvación del género humano; la muerte de Jesús nos rescata, nos reconcilia con Dios, restablece la alianza de donde derivan para nosotros to­dos los bienes, mas abre de nuevo las puertas del cielo, nos devuelve la herencia de la vida eterna. En adelante, este sacrificio nos bastará ; por esta razón, cuando Cristo muere, se rasga en dos trozos el velo del templo de Jerusalén, para indicar que los antiguos sacrificios han sido abolidos para siempre y reemplazados por el único sacrificio digno de Dios. En adelante, no habrá salvación ni justi­ficación, sino participando del sacrificio de la cruz, cuyos frutos son inagotables. " San Pablo dice, que por esta oblación única, Cristo ha obtenido para siempre la perfección a aquellos que deben ser santificados". - Jesucristo, vida del alma, p. 324.

San Pablo no se cansa de enumerar los bienes que nos provienen de los méritos infinitos adquiridos por el Hom­bre-Dios durante su vida y sus sufrimientos. Cuando ha­bla de ello, el gran apóstol se llena de gozo; no halla otros términos para expresar su pensamiento que los de abundancia, sobreabundancia, riquezas, que él declara insondables. La muerte de Cristo "nos rescata", "nos acerca a Dios y nos reconcilia con Él", "nos justifica", "nos otorga la santidad y la nueva vida de Cristo"; en resumen, el Apóstol compara a Cristo con Adán, la obra - del cual ha venido a reparar; Adán nos ha traído el pe­cado, la condenación, la muerte; Cristo, el segundo Adán, nos devuelve la justicia, la gracia, la vida. Translati de morte ad vitam: "hemos pasado de la muerte a la vida"; "la redención ha sido abundante": Copiosa apud eum redemptio. "Pues no es igual el don gratuito (la gracia ) a la falta... y si por el pecado de un solo hom­bre la muerte harinado en este mundo, con más razón, los que reciben la abundancia de la gracia reinarán en  la vida· por Jesucristo; allí donde abundó el pecado, ha sobreabundado la gracia"; y esto porque "no puede haber condenación para los que quieren vivir unidos a Cristo Jesus.

Nuestro Señor, ofreciendo a su Padre, en nombre nues­tro, una satisfacción de un valor infinito, ha destruído el obstáculo que existía entre el hombre y Dios; ahora el Padre eterno vuelve a. mirar con amor la raza. humana rescatada por la Sangre de su Hijo; por amor a su Hijo, la colmna de todas las gracias que necesita para unirse a Él, "para vivir por El" de la misma vida de Dios: ad serviendum Deo vivuendi.

Así, pues, todo bien sobrenatural que se nos da, todas las luces que Dios nos prodiga, todos los auxílios con que envuelve nuestra vida espiritual, nos son otorgados en virtud de la vida, pasión y muerte de Cristo; todas las gracias de perdón, justificación, de perseverancia que Dios da y dará en adelante a las almas de todos los tiempos tienen su único origen en la cruz.

Ah! en verdad, si "Di os ha amado al mundo hasta darle su Hijo"; si nos ha "arrancado del poder de las ti­nieblas y nos ha trasladado al- reino de su Hijo, en quien tenemos la remisión y el perdón de los pecados"; si, añade aún San Pablo, Cristo ,ha "amado a cada uno de nosotros y se ha entregado por nosotros", para demostrar. el amor que sentía por sus hermanos; si Él se ha entregado a Sí mismo para rescatarnos de toda iniquidad y "adquirir, purificándonos, un pueblo que le pertenezca", ¿por qué titubear en nuestra fe y confianza en Cristo Jesús ? El lo expió todo, lo saldó todo, lo mereció todo; y sus méritos son nuestros; he aquí que "nos hemos vuelto ricos de to­dos sus bienes", de manera que, si queremos, "nada nos falta para nuestra santificación": Divites facti estis in illo, ita ut NIHIL vobis desit in ULLA gratia.

Nada más cierto que la unión de Cristo con sus escogidos en el pensamiento divino; lo que hace que los mis­terios de Jesús sean los nuestros es, sobre todo, que el Padre eterno nos ha visto con su Hijo en cada uno de los misterios vividos por Jesús, y que Cristo los ha realizado como Jefe de la lglesia. Y por esta razón me atre­veré a decir que los misterios de Cristo son más nuestros misterios que suyos. Cristo, como Hijo de Dios, no hubiera pasado por las humillaciones de la Encarnación, los sufri­mientos y dolores de la Pasión; no le hubiera sido menester tampoco el triunfo de la resurrección, que siguió a la ignominia de su muerte. El ha pasado por todo esto, como Jefe de la lglesia ; "El cargó sobre si nuestras miserias, nuestras enfermedades": Vere languores NOSTROS ipse tulit; ha querido p asar por donde debíamos pasar nosotros mismos, y nos ha. merecido, como Jefe, la gracia de seguir en pos de El en cada uno de sus misterios. Cristo Jesús tampoco nos separa de El en todo cuanto hace Dice claramente que "El es la vid y nosotros los sarmientos". ¿Qué unión cabe más grande que esta, puesto que es la misma savia, la misma vicia la que cir­cula por las raíces y por los sarmientos ? El quiere que la unión que le vincula a sus discípulos, por la gracia sea la misma que, por naturaleza, le identifica con su Padre:
Ut unum sint, sicut tu, Pater, in me, et ego in te: "Que sean una sola cosa, como Vos, Padre mio, sois en Mí y yo en Vos." Es éste el fin sublime al cual quiere condu­cimos por sus misterios. Así también todas las gracias que ha merecido por cada uno de sus misterios, las ha merecido para distribuírnoslas. El ha recibido de su Padre la gracia en toda su plenitud : Vidimus eum plenum gratia; pero no la ha recibido para El sólo; pues San Juan añade seguidamente que es precisamente de esta plenitud d e donde nosotros hemos sacado: Et de plenitudine ejus nos omnes accepi­mus, es de El de quien la recibimos, porque El es nuestro Jefe y a quien su Padre lo ha sometido todo: Omnia sub­jecit sub pedibus ejus: et ipsum dedit caput supra omnem Ecclesiam: "Todo lo ha puesto a sus plantas y lo ha dado como jefe supremo de la Iglesia."

De manera que su sabiduría, su justicia, su santidad, su fuerza han venido a ser nuestra sabiduria, nuestra justicia y nuestra fuerza: (Christus) factus est Nobis sapientia a Deo et justitia, et sanctificatio et redemptio. Todo lo que es de El, es nuestro; somos ricos de sus riquezas, san­tos de su santidad. "Oh hombre, dice el Venerable Luis de Blois, si deseas verdaderamente amar a Dios, he aquí que eres tu rico en
Cristo, por pobre y miserable que seas por ti mismo. Pues puedes humildemente apropiarte lo que Cristo ha hecho y sufrido por ti."

Cristo es en 'verdad nuestro, porque nosotros somos su cuerpo místico. Sus satisfacciones, sus méritos, sus ale­grías, sus glorias son nuestras... ¡Oh condición inefable del cristiano, tan intimamente unido a Jesús y a sus estados! ¡Oh grandeza asombrosa del alma a la cual no le falta nada de la gracia merecida por Cristo en sus mis­terios! Ita ut nihil vobis desit in ulla gratia.- Jesucristo en sus misterios, pp. 16-17.




Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo I; Patron Saints Index, "Sufriendo con Cristo" Dom Columba Marmión







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