domingo, 6 de marzo de 2016

R.P. Leonardo Castellani: La Primera Multiplicación de los Panes




En aquél tiempo, pasó Jesús al otro lado del mar de Galilea, o de Tiberíades. Y le seguía un gran gentío, porque veían los milagros que hacía con los enfermos. Entonces Jesús subió a la montaña y se sentó con sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús, pues, levantando los ojos y viendo que venía hacia Él una gran multitud, dijo a Felipe: “¿Dónde compraremos pan para que éstos tengan qué comer?”. Decía esto para ponerlo a prueba, pues Él, por su parte, bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: “Doscientos denarios de pan no les bastarían para que cada uno tuviera un poco”. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Pedro, le dijo: “Hay aquí un muchachito que tiene cinco panes de cebada y dos peces. Pero ¿qué es esto para tanta gente?” Mas Jesús dijo: “Haced que los hombres se sienten”. Había mucha hierba en aquel lugar. Se acomodaron, pues, los varones, en número como de cinco mil. Tomó, entonces, Jesús los panes, y habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban recostados, y también del pescado, cuanto querían. Cuando se hubieron hartado dijo a sus discípulos: “Recoged los trozos que sobraron, para que nada se pierda”. Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes, que sobraron a los que habían comido. Entonces aquellos hombres, a la vista del milagro que acababa de hacer, dijeron: “Éste es verdaderamente el profeta, el que ha de venir al mundo”. Jesús sabiendo, pues, que vendrían a apoderarse de Él para hacerlo rey, se alejó de nuevo a la montaña, Él solo.
Juan VI, 1-15



El Evangelio de Jesucristo
R.P. Leonardo Castellani


Domínica Cuarta de Cuaresma
La Primera Multiplicación de los Panes

Este milagro se llevó a cabo más o menos en la mitad de la predicación de Cristo, segundo año de vida pública, antes del penúltimo viaje a Jerusalén, después de la fuga de Judea a causa de la degollación del Bautista y después del retorno de los Discípulos de la misión –en primavera, cerca de la fiesta religiosa hebrea “de las Tiendas” o “Toldos”–.

Otra multiplicación menor cuentan Mateo y Marcos un poco después, que sería tentador identificar con ésta reduciéndolas a una; como han hecho algunos Doctores; pero no se puede, porque lo probabilísimo es que fueron realmente dos. Si hubiese sido una sola, la gente de Jerusalén hubiese dicho: “¡Son cuentos de estos provincianos!”. Si hubiesen sido tres, se levanta el Sindicato de Panaderos Metropolitanos.

Los cuatro Evangelistas cuentan el milagro con diferentes pormenores. San Juan le da su sentido pleno, insertándolo en su capítulo VI que trata del “Pan de Vida” y añadiendo la Promesa de la Eucaristía, y el diálogo dramático en la Sinagoga de Cafarnaúm, que es uno de los relatos más sublimes que han salido de péñola humana.

Este milagro es muy popular; excepto, como dije, entre los panaderos. Cuentan que el cura Brochero estaba explicándolo, y se trabucó en los números –porque efectivamente hay dos multiplicaciones que difieren solamente en los números– y pegó un grito diciendo: “Mirad el poder de Cristo, que con cinco mil panes y dos mil pescados dio de comer a cinco hombres”, a lo cual el sacristán que estaba sentado bajo el púlpito comento en voz alta: “¡Eso lo hago yo también!”, con lo cual se rieron algunos y el cura se abatató del todo y dejó la prédica, para seguirla otro día. El domingo siguiente subió muy alerto y gritó: “Como les iba diciendo, Jesucristo con 5 panes y 2 peces dio de comer a 5.000 varones”, a lo cual el sacristán gritó de nuevo: “¡Eso lo hago yo también!”.
“–¿Cómo, sacristán sacrílego?” –gritó el canónigo.
“–¡Con lo que sobró el domingo paseo!” –ripostó el sacristán, que era un negrito ladino.

Y tenía razón, porque lo que sobró es lo que más llama la atención en este evangelio: 12 canastas de cachos, que todos los Evangelistas notan cuidadosamente, Cristo “mandó rejuntar”. ¿Por qué? El hombre que tenía en sus manos poder creador hizo con ellas un gesto de pobre: después de un milagro tan grande, acordarse de las curubi cas. “Comieron todo lo que caduno quiso”, dice San Juan. Y sobró. Sobró bastante. Era pan de centeno y eran una especie de sábalos o patíes, pescado de río. Cristo quiso mostrarse Dios, pero también mostrarse hombre: hombre pobre y palestino.

Es que los milagros de Dios se insertan en el curso de la vida humana sin perturbarla; cosa que ignoraban los panaderos de Jerusalén. Los milagros del diablo en cambio hacen alboroto y despatarro. Porque sabrán que el diablo puede hacer milagros, aunque falsos: prodigios. Vaya a saber lo que está pasando ahora en Tucumán. Yo quisiera que fuesen prodigios de la Virgen; pero no me fío (1).

Cristo hizo cooperar a los hombres en este milagro: primero, les llamó la atención sobre la dificultad, y los dejó proponer remedios, que incluso San Felipe se mandó un chiste malo –hay tres chistes de San Felipe en el Evangelio–; después les dijo: “Dadles vosotros de comer”, que fue cuando Felipe agarró la bolsa de Judas, la sacudió en el aire y dijo: “Pasen 200 dólares y les doy a comer, un bocadillo a la cuarta parte de éstos”; pues 200 dólares (denarios) era la suma de plata más grande que Felipe había visto en su vida; tercero, hizo que San Andrés recogiese los víveres que había, que eran como para comida de cinco, y es de notar el desinterés conmovedor de esos cinco prevenidos: era el atardecer, y lo habían seguido a Cristo a pie todo el día y el Cristo se había cortado en un bote, buscando un lugar solitario para descansar, los pobres cinco estarían hambrientísimos; lo cuarto, mandó que los Apóstoles hiciesen “anapéssein”, o sea formación de 50 en fondo, varones –a las mujeres, los antiguos no las ordenaban porque sabían que es imposible, cuando andan muchas juntas–; finalmente, apenas terminó la cena en el valle, que Jesús contempló conmovido desde la loma, mandó recoger los fragmentos; gesto ritual en las cenas palestinas en que se guardan cuidadosamente las reliquias para darlas a algún pobre –gesto aquí inútil aparentemente, que tanto extrañó a los Evangelistas–; pero resulta que San Pedro se habla quedado sin ración, con el entusiasmo de empadronar y contar a la gente, según la leyenda. Y de no ser por una de las canastas de sobras, San Pedro ayuna fuera de tiempo.

Según la misma leyenda, los curas y seminaristas (quiero decir, los Discípulos? comieron al final, y de las sobras; que es una costumbre que se ha perdido, como explicaré otro día.

Fuera de bromas, Andrés y Pedro lloraron de alegría, sobre todo cuando vieron que la gente quería hacerlo rey a Cristo ahí mismo; y Cristo lloro de ternura, porque con este milagro se inicia realmente la institución de la Eucaristía. Cuando en la Ultima Cena Cristo tomó el pan, levantó los ojos al cielo, dio gracias, lo bendijo, y lo partió, los Discípulos
recordaron de inmediato que habían visto ya ese gesto dos veces antes; y por eso San Juan lo nota tan cuidadosamente en estas apretadas 30 líneas.

Lo que pasó después es conocido: los galileos, que eran gente parecida a los irlandeses, quisieron proclamarlo Presidente y Home-Rule a Cristo ahí mismo; y Cristo tomó el bote de Pedro y cruzó el lago, aportando en Cafarnaúm: segunda huida; Cristo disparaba de la política. La muchedumbre lo busco a pie segunda vez y al encontrarlo en la Sinagoga le reprocharon la huida... Cristo dijo: “¿Por qué me seguís? Porque os he dado pan de la tierra. Yo os daré el pan del cielo.”

Así comenzó el diálogo-sermón-promesa-profecía que es el Corazón de la Revelación Cristiana, así como el Sermón de la Montana es su Carta, las Siete Palabras son su Sello y Testamento. Para explicarlo no bastan dos columnas más, ni siquiera un libro; ni siquiera –si vamos a hablar en serio– todos los libros del mundo. Feliz aquel a quien se lo explique su corazón.

Una posdata sobre un punto curioso, sobre el anapéssein; o sea la rápida formación de los hebreos varones de 50 en grupo –que dio 5.000 hombres, 100 grupos– lo cual quiere decir que había quizá 6.000 mujeres –sin contar las beatas– y unas 10.000 criaturas chicas... ¿Cómo se explica que Cristo hablara a grandes muchedumbres desde una loma o un bote? ¿Tenía por ventura altoparlantes o televisión? Eso preguntan muchos; y eso creyeron algunos Santos Padres, suponiendo que milagrosamente Cristo agigantaba su voz como la del homérico Sténtor: hacía su garganta estentórea y predicaba a los gritos. No fue así.

Hoy sabemos cómo fue: multiplicaba su voz lo mismo que los panes, con la ayuda de los Apóstoles: eso no es problema para las gentes llamadas de estilo oral. Tienen a modo de unos altavoces naturales. Pasaba esto: Cristo recitaba lentamente su recitado rítmico-mnemónico delante del grupo de discípulos, que lo repetía; y –créase o no– lo retenía de memoria, e inmediatamente los matethoi repetían las palabras del Maestro a las cabezas de cada grupo; los cuales hacían la misma operación: repetían y retenían. Así se multiplicaba el pan de la Palabra. Y el que no quiere creer que esto sea posible, que lea las notas científicas que pondré a estos evangelios cuando, Dios mediante, los publique en libro.

Y esto responde también a una pregunta que me hizo en San Juan, un ingeniero: “¿Por qué el Papa no predica cada domingo por televisión al mundo entero?”. No. Esa no fue la manera de predicar de Cristo; será la manera de predicar del Anticristo. Cristo quiere predicar por medio de otros, por medio de todos nosotros. San Pablo mandó que los maridos repitan a las mujeres en su casa el sermón del cura (I Tim II, 11; I Cor XIV, 34). Hoy día las mujeres son las que sermonean; mal casi siempre.

Porque no hay que olvidar el motivo de este milagro: Cristo lo hizo porque “querían oírlo y Él quería hablarles” –mucho más aún de lo que ellos oír–. Había “curado a sus enfermos” y no se iban: querían oír, de tal modo que “se olvidaron de comer”, dice el hagiógrafo. El remedio de esta dificultad era sencillo y los Apóstoles lo vieron: “Señor, manda que se dispersen y vayan a las alquerías y aldeas vecinas a comer.” Tarde piaste: antes había que haberse acordado de eso; la prudencia lo mandaba.

Pero ni Cristo ni el pueblo fueron prudentes en esta ocasión.

El amor suele atropellar la prudencia; pero él es una más alta prudencia. Es la prudencia del milagro.


Notas

1. Al hacerse esta homilía, hablaban los diarios sensacionalistas de una niñita de Tucumán que veía a la Virgen y hacía curaciones; todo lo cual acabó en nada.





Sea todo a la Mayor Gloria de Dios


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