martes, 13 de diciembre de 2016

La Religión Demostrada XV: Los Poderes que Jesucristo Dio a su Iglesia








LA RELIGIÓN DEMOSTRADA


LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA



P. A. HILLAIRE


Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.







DECLARACIÓN DEL AUTOR

Si alguna frase o proporción se hubiere deslizado en la presente obra La Religión Demostrada, no del todo conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al supremo magisterio del PAPA INFALIBLE, jefe venerado de la Iglesia Universal.

A. Hillaire.



QUINTA VERDAD

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LA IGLESIA CATÓLICA ES LA ÚNICA DEPOSITARIA DE LA
RELIGIÓN CRISTIANA



§6° PODERES QUE JESUCRISTO DIO A SU IGLESIA

Hemos demostrado que la Iglesia es una verdadera sociedad, y que por este título necesita una autoridad. Esta autoridad es la que une las fuerzas individuales de los miembros y las encamina hacia el fin común. Sin autoridad no hay sociedad posible.

Hemos probado asimismo que la Iglesia es una sociedad jerárquica organizada, y de ahí hemos llegado a comprobar en ella la existencia de esta autoridad. La jerarquía es la subordinación de los poderes.

Nos queda por demostrar en qué consiste la autoridad de la Iglesia. La naturaleza de los poderes se determina por el fin de los mismos.

Jesucristo Redentor vino al mundo para mostrar a los hombres el camino de la salvación; para santificarlos mediante la gracia y el perdón de los pecados; para gobernar Él mismo su Iglesia durante su vida apostólica. Luego Él ejerció en este mundo la triple autoridad de doctor, pontífice y rey.

La Iglesia tiene por fin perpetuar visiblemente en la tierra la misión de Cristo, que es la salvación de los hombres. Es menester que herede la triple autoridad indispensable para este fin. La Iglesia ha recibido, pues, de Jesucristo, su fundador, los poderes necesarios para enseñar, santificar y gobernar a los hombres.

Nuestro Señor Jesucristo confirió a Pedro la plenitud de estos tres poderes: Pedro es Doctor Infalible, Soberano Pontífice, Virrey del reino de Jesucristo.

Los otros apóstoles participan de la autoridad de Pedro; son también pastores de la Iglesia. Unidos al supremo Jerarca, constituyen la Iglesia docente, encargada de enseñar, de santificar y de gobernar a los fieles.


145. P. ¿Qué poderes dio Jesucristo a los pastores de la Iglesia?

R. Jesucristo dio a sus apóstoles poderes correspondientes a su divina misión.

La religión que el Salvador entrega al cuidado de su Iglesia docente comprende tres cosas: las verdades que hay que creer, la gracia que hay que recibir, los preceptos que hay que cumplir para conseguir la salvación. Por consiguiente, es necesario a los apóstoles un triple poder:

1° Un poder doctrinal para enseñar las verdades que hay que creer.
2° Un poder sacerdotal para conferir la gracia.
3° Un poder pastoral para gobernar a los fieles.

Además de esto, Jesucristo es, a la vez:

a) Doctor: tiene palabras de vida eterna.
b) Pontífice: es el sacerdote de la nueva alianza.
c) Rey: su reino durará eternamente.

Este triple poder de enseñar, de santificar, de gobernar, que Jesucristo posee en toda su plenitud, lo confiere a sus apóstoles con estas palabras: Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra... Como mi Padre me ha enviado, así Yo os envío... El que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia.

Todo aquél que quiera salvarse debe obedecer a este triple poder: creer en la palabra de la Iglesia, recibir sus sacramentos, cumplir sus preceptos. 


Los teólogos llaman a poder de enseñar, magisterio; al de santificar, ministerio, y al de gobernar, autoridad o jurisdicción.

1° Jesucristo da a su Iglesia el poder de enseñar. – Jesucristo confiere a su Iglesia el derecho de predicar, en nombre de Dios, el dogma y la moral, e impone a los hombres el deber de creer en su palabra. El mandato de Nuestro Señor no admite réplica: Id, dice, predicad el Evangelio... El que creyere se salvará; el que no creyere se condenará. Luego la voz de la Iglesia es la voz del mismo Dios; creer a la Iglesia es creer a Jesucristo.

Inmediatamente después de la venida del Espíritu Santo, los apóstoles usaron este poder divino. A los que querían prohibirles la predicación les respondieron con aquella sentencia que debía hacerse célebre y convertirse en divisa del Cristianismo frente a los perseguidores. Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres: no podemos callar (10).

Pero, ¿por qué esta autoridad absoluta de los pastores de la Iglesia en materia de enseñanza? Si cada cual pudiera interpretar a su modo la doctrina del Evangelio, pronto existirían tantas religiones cuantos son los individuos. Como quiera que Jesucristo vino a enseñar la verdad a los hombres, debió, so pena de no realizar su misión, proveer a la conservación de esta verdad y substraerla a los caprichos de la humana razón. Por eso estableció una autoridad encargada de la humana razón. Por eso estableció una autoridad encargada de custodiarla intacta. Jesucristo manda a sus apóstoles que enseñen, y a los fieles, que crean. Si alguno no oyere a la Iglesia, sea tenido como gentil y publicano.

La autoridad de enseñanza comprende el derecho:

1° De proponer a nuestra fe las verdades que debemos creer.
2° De declarar el sentido de las Sagradas Escrituras.
3° De emitir dictamen sobre la divinidad de las tradiciones.
4° De fallar, sin apelación, sobre todas las cuestiones doctrinales tocantes al dogma, a la moral y al culto.
5° De juzgar las doctrinas y los libros que tratan de estas materias, para aprobarlos o condenarlos según que estén o no conformes con la revelación.

2° Jesucristo da a la Iglesia el poder de santificar. – El Salvador da a los apóstoles el poder de bautizar los pueblos, de perdonar los pecados, de celebrar la Misa en memoria de Él, de administrar los sacramentos. Mas como los sacramentos, el Santo Sacrificio, las ceremonias del culto son los medios de santificación; luego Jesucristo da a su Iglesia el poder de santificar.

Los apóstoles ejercen este poder, como se lee en los Hechos, y testifican haberlo recibido del Señor. A nosotros, dice San Pablo, se nos ha de considerar como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (11).

El poder sacerdotal es necesario a la Iglesia. No le basta al hombre estar instruido en la verdad: necesita valor para practicarla; y este valor no puede encontrarlo en sus propias fuerzas, debe buscarlo en Dios. Es Dios quien da la vida sobrenatural, el auxilio de la gracia, y quiere darlo mediante los sacramentos. Luego, sin el poder divino y sobrenatural de administrar los sacramentos, la Iglesia no podría cumplir su misión de salvar a los hombres, puesto que sin la gracia es imposible entrar al cielo.

La Iglesia no puede ni aumentar el número ni mudar la naturaleza de los sacramentos; sólo puede reglamentar lo que toca a su administración.

Ella determina también las ceremonias del culto, del Santo Sacrificio y de la oración pública.

3° Jesucristo da a su Iglesia el poder de gobernar. – Este poder confiere el derecho de promulgar leyes, imponer a los fieles la obligación de cumplirlas y castigar a los que las quebrantan. El derecho de dictar leyes comprende los poderes legislativo, judicial y coercitivo, porque toda ley supone el derecho de dictarla, de juzgar y de castigar a los que no la observan.

Jesucristo da este poder a sus apóstoles: todo lo que atareis en la tierra será atado en el cielo... Luego les confiere el derecho de atar las conciencias con leyes.

El poder legislativo es necesario a toda sociedad. En la familia, en la ciudad, en el ejército, en una sociedad cualquiera, es necesaria una autoridad que tenga el derecho de hacerse obedecer. El poder es el alma, la vida de la sociedad.

La Iglesia es una sociedad espiritual y religiosa y, conforme al plan de Jesucristo, la más dilatada de todas las sociedades. Tiene, por consiguiente, el poder de dictar leyes. Si este poder no se diera, cada uno querría conducirse según su voluntad, forjarse un culto a su modo: de donde no podría menos de seguirse la anarquía. ¿A qué quedaría reducida en tal caso la doctrina del Evangelio, la santificación de las almas, la práctica del bien?... No, la Sabiduría encarnada no ha podido abandonar de esta suerte al azar a su Iglesia, depositaria de todas las verdades, de todos los preceptos, de todas las gracias necesarias al hombre.

El poder de dictar leyes es necesario a la Iglesia para explicar el Evangelio. Y ciertamente, la ley del Evangelio no es, como la ley de Moisés, local, transitoria. Como está destinada a todos los pueblos hasta la consumación de los siglos, no contiene sino preceptos generales cuya aplicación práctica debe ser determinada, según las circunstancias, por los pastores de la Iglesia. Así, por ejemplo, el Evangelio ordena hacer penitencia: ¿qué penitencia hay que hacer? La Iglesia es la encargada de enseñárnoslo, indicárnoslo.

Por último, los apóstoles, que son los intérpretes más fieles de las palabras de su divino Maestro, desde el principio se atribuyen la autoridad legislativa: trazan leyes, dictan sentencias y castigan a los culpables (12).

La autoridad de gobierno comprende el derecho:

1° De dictar leyes sobre todo lo que se relaciona con la religión.
2° De obligar en conciencia al cumplimiento de estas leyes.
3° De eximir de las mismas cuando las circunstancias lo exijan.
4° De imponer penas a los que se niegan a obedecer.
5° De expulsar de la sociedad a los que no quieren someterse.


146. P. ¿Debían los apóstoles conceder a sus sucesores los poderes que recibieron de Jesucristo?

R. Sí; estos poderes debían pasar a los sucesores de los apóstoles. Jesucristo les dijo: Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos. Esta promesa no podía referirse a los apóstoles únicamente, porque debían morir; luego debía extenderse a los continuadores de su ministerio. Luego los poderes de los apóstoles han sido transmitidos a sus sucesores de todos los siglos.

Fuera de eso, Jesucristo confiere estos poderes a la Iglesia para la salvación de los hombres; luego la Iglesia debe conservarlos mientras haya hombres en la tierra.

1° La Iglesia es inmortal; no puede acabar con los apóstoles. Es así que no podía existir sin la autoridad, que es su fundamento. Luego los apóstoles, depositarios de esta autoridad, debían transmitirla a sus sucesores, y así sucesivamente, de generación en generación, hasta el fin de los siglos.

2° La Transmisión de los poderes apostólicos es un hecho testificado por la historia. En los primeros días del cristianismo, los apóstoles establecieron en todas partes obispos, consagrándolos con la imposición de las manos dándoles la misión de predicar el Evangelio. Estos obispos enseñaron en nombre de Jesucristo, condenaron los errores y dictaron leyes. Los fieles admitieron su autoridad sin discusión: prueba evidente de que creían en la transmisión de los poderes apostólicos.

La transmisión de los poderes se efectúa mediante el Sacramento del Orden y mediante la misión canónica.


§7° PRERROGATIVAS INHERENTES A LOS PODERES DE LA IGLESIA

147. P. ¿Cuáles son las prerrogativas que Jesucristo concedió a su Iglesia docente?

R. Jesucristo concedió a su Iglesia docente tres prerrogativas principales:

a) La infalibilidad para librarla de error en sus enseñanzas.
b) La independencia para poder ejercer con libertad sus poderes en la tierra.
c) La perpetuidad para conservarse siempre la misma y proseguir su misión de salvar a los hombres hasta el fin de los siglos.La autoridad de la Iglesia no puede conservarse y desarrollarse sin estas tres grandes prerrogativas.

Si no tuviera la infalibilidad podría equivocarse en lo referente a la verdadera doctrina de Jesucristo y engañar a los fieles.

Si careciera de la independencia, se vería inhibida en el desempeño de su misión.

Privada de la perpetuidad, no podría extender su acción a los hombres de todos los tiempos, suya salvación debe procurar.


A) INFALIBILIDAD DE LA IGLESIA

148. P. La Iglesia docente, ¿es infalible?

R. Sí; la Iglesia es infalible: no puede equivocarse cuando enseña las verdades que hay que creer, los deberes que hay que cumplir y el culto que hay que rendir a Dios.

Nuestro Señor Jesucristo dijo a Pedro y a los apóstoles: Id, enseñad a todas las naciones... Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos. Con estas palabras, Jesucristo prometió a sus apóstoles hasta el fin del mundo, su asistencia particular en el ejercicio de su enseñanza; y esta asistencia divina trae consigo la infalibilidad; de otro modo, Jesucristo sería el responsable del error (13).

Estamos obligados a escuchar a la Iglesia como a Jesucristo mismo: Quien a vosotros oye a Mí me oye. Pero siendo imposible que Dios nos obligue a escuchar a una autoridad que pueda engañarse, es necesario que la Iglesia sea infalible.

La infalibilidad es necesaria a la Iglesia para ejercer su misión. Es la madre de los cristianos, y debe poder alimentarlos con el pan de la verdad, sin exponerse a propinarles el veneno del error.

Se llama infalibilidad la prerrogativa de no poder engañarse ni engañar a los demás de su enseñanza.

No consiste: 1°, en ser preservado del pecado; 2°, ni en recibir una nueva revelación; 3°, ni en descubrir nuevas verdades; 4°, ni en conocer lo futuro como los
profetas.

La infalibilidad en para la Iglesia el privilegio de no poder enseñar el error, cuando propone a los fieles la doctrina de Jesucristo.

Este privilegio no se origina ni de la experiencia ni de la ciencia de los pastores de la iglesia, sino de la asistencia especial del Espíritu Santo.

Sólo Dios es infalible por naturaleza, pero puede, con una asistencia especial, hacer infalibles a aquellos a quienes ha encargado enseñar en su nombre. “La infalibilidad es la gracia de estado que preserva a la Iglesia de todo error”.

1° La Iglesia docente es infalible. – Jesucristo dijo al colegio de los apóstoles, reunido bajo la autoridad de Pedro: Como mi Padre me ha enviado, así Yo os envío. Pero Jesucristo fue enviado con el privilegio de la infalibilidad; luego envía el colegio de los apóstoles con la misma prerrogativa.

Jesucristo añade: Yo os enviaré el Espíritu Santo, Él os enseñará toda verdad (14). Es así que el Espíritu Santo no puede enseñar a la Iglesia toda verdad sin preservarla de todo error; luego la Iglesia es infalible.

Jesucristo dice también: Todo lo que atareis en la tierra será atado en el cielo; todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo. Conforme a esta promesa, las sentencias de la Iglesia deben ser aprobadas en el cielo. Es así que Dios no puede aprobar el engaño, luego las sentencias de la Iglesia han de ser infalibles.

Finalmente, Jesucristo promete que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia. Pero si ella no es infalible, el infierno podrá prevalecer contra ella; lo que se opondría a la promesa de su divino Fundador.

Una autoridad con la cual Jesucristo está siempre, no puede engañarse sin que se engañe el mismo Jesucristo; un poder cuyos actos debe confirmar el cielo, no puede caer en error sin comprometer la responsabilidad de Dios; un oráculo doctrinal cuyas decisiones hay que admitir so pena de condenación, no puede enseñar el error porque Dios nos impondría la obligación de creer en el error.

2° Es necesario que la Iglesia sea infalible. – Jesucristo ha entregado a su Iglesia el depósito de la revelación para que lo trasmita en toda su integridad a todas las generaciones. Pero ella no lo podría transmitir intacto a los pueblos si estuviera expuesta a engañarse. Y no negando jamás Dios los auxilios necesarios para el cumplimiento de su deber, da a la Iglesia la infalibilidad, que es la gracia de estado indispensable para que pueda ser siempre fiel custodia del sagrado depósito. Luego la Iglesia es infalible.

Toda autoridad, para enseñar, juzgar y gobernar se arroga una infalibilidad, supuesta o real. Así, por ejemplo, no hay autoridad en la familia sin la supuesta infalibilidad del padre; no hay autoridad en la escuela sin la supuesta infalibilidad del maestro; no hay autoridad en los tribunales sin la supuesta infalibilidad de los magistrados; no hay autoridad en la sociedad civil sin la supuesta infalibilidad del legislador. Tal es la base esencial y fundamental del orden social: todo poder es necesariamente considerado como infalible.

Ahora bien, la Iglesia no es una academia que expone, emite opiniones: es un soberano que dicta sentencias. Ella manda a la conciencia, exige la aprobación interior del espíritu. Una infalibilidad supuesta, suficiente para obtener actos exteriores, no basta a la Iglesia, sociedad religiosa y sobrenatural; para someter las inteligencias, le es necesaria la infalibilidad real. La conciencia no puede someterse sino a la verdad cierta. Para tener el derecho de imponer la fe en su palabra, so pena de condenación eterna, un poder debe estar cierto de que no se equivoca; de otro modo ejercería una tiranía estúpida. La infalibilidad real es una necesidad lógica para toda autoridad que habla en nombre de Dios. Malebranche lo dice con mucha razón: Una autoridad divinamente instituida no se concibe sin la infalibilidad.

“Así – añade Lacordaire –, toda religión que no se declara infalible, queda por eso mismo convicta de error; porque confiesa que se puede engañar, lo que es el colmo a la vez, del absurdo y del deshonor en una autoridad que enseña en nombre de Dios”.

¿Cuál es el objeto de la infalibilidad de la Iglesia? El objeto de la infalibilidad está claramente determinado por el fin para el cual ha recibido la Iglesia este privilegio. Ella no está encargada de enseñar a los hombres todo aquello que les puede interesar, sino solamente las cosas útiles para la salvación eterna. Todo lo que se refiere a la fe o a las costumbres es el círculo de su autoridad infalible.

Luego, el objeto de la infalibilidad comprende:

1° Todas las verdades reveladas contenidas en la Sagrada Escritura y en la Tradición.
2° Todas las verdades necesarias ligadas con la revelación.
3° Las cuestiones de ciencia humana que se relacionan inmediatamente con el dogma o con la moral.
4° La condenación de los errores contrarios a la doctrina de Jesucristo.
5° Todo lo tocante a la disciplina general, la aprobación de las órdenes religiosas, la canonización de los santos, etc.

La infalibilidad misma nos da la seguridad de que la Iglesia no saldrá de esos límites. Luego las ciencias humanas no tienen nada que temer por su independencia, mientras permanezcan dentro de su esfera propia. La Iglesia, pues, enseña simplemente todo lo que hay que creer y hacer para ir al cielo. Alimenta las almas con el pan de la doctrina y las preserva del veneno del error.


B) INDEPENDENCIA DE LA IGLESIA

149. P. La Iglesia, en el desempeño de sus poderes, ¿es independiente de toda autoridad terrena?

R. Sí, porque Jesucristo encargó a los apóstoles y a sus sucesores la misión divina que había recibido de su Padre: Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra... Como mi Padre me envió, así Yo os envío. Es así que la misión de Jesucristo fue soberanamente independiente de todo gobierno civil. Luego, la Iglesia, que hace las veces de Salvador, goza de la misma independencia.

La Iglesia es una sociedad perfecta, y posee, como tal, todo lo que es necesario para su conservación y para su desarrollo; luego, no puede depender de ninguna otra sociedad.

1° La independencia es necesaria a la Iglesia. – Si el poder de la Iglesia no fuera independiente, carecería de fuerza y de unidad, porque cada Estado podría poner obstáculos a su disciplina, restringir o suprimir sus relaciones con los fieles. El poder eclesiástico sería ilusorio y ridículo, lo que se opone a la voluntad de su Fundador. La Iglesia carecería de unidad, porque los Estados, en virtud de su pretendida supremacía, podrían quitar de su enseñanza o de sus leyes todo aquello que les desagradara y establecer otras tantas Iglesias nacionales diferentes, cuyos jefes serían, no los apóstoles, sino los gobernantes civiles. De esta suerte quedaría aniquilada la Iglesia de Jesucristo.

2° Jesucristo da realmente la independencia a su Iglesia. – Jesucristo no recabó la licencia de los príncipes para predicar su doctrina, reunir sus discípulos, fundar y organizar su Iglesia. Obró en virtud de su poder divino, independiente de toda criatura. Todo poder, dijo Él, me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Él envió a sus apóstoles con el mismo poder divino, soberano, independiente. Aún más: les predijo que tendrían que luchar contra las potestades de la tierra, que serían perseguidos y maltratados por los príncipes, y no lo serían, indudablemente, si los consultaran y obedecieran; no debían, pues, ni consultarlos no obedecerlos.

Jesucristo no desconoce la autoridad civil y política, sino que la restringe a su objeto propio. El Estado es soberano en el orden temporal, y Jesús le paga su tributo. Por eso dice: Dad al César lo que es del César. Pero añade: Dad a Dios lo que es de Dios. El poder espiritual de la Iglesia es el derecho divino, soberano e independiente de los poderes laicos.

Así pues, los apóstoles no solicitaron ni la autorización de la Sinagoga para predicar en Jerusalén, ni la de los Césares para evangelizar Roma y al universo. La Iglesia debe elevarse por encima de todos los tronos y de todas las fronteras. Sólo así podrá ella responder a su misión y cubrir con su sombra protectora la gran familia de naciones.


C) PERPETUIDAD DE LA IGLESIA

150. P. La Iglesia, ¿debe existir siempre?

R. Sí; la Iglesia debe existir hasta el fin de los siglos. La promesa de Cristo es solemne: Yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos. – Sobre tí, Pedro, edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

La Iglesia existe para la salvación de los hombres; luego es necesario que dure mientras haya hombres que salvar.

La perpetuidad o indefectibilidad de la Iglesia consiste en que sus elementos esenciales, sus órganos constitutivos, su fe, su vida social, su jerarquía deben durar hasta el fin del mundo. Podrá perder, lo que ya le ha acontecido, una parte de sus súbditos; pero no cesará nunca de ser la Iglesia de Jesucristo, fundada sobre Pedro, sostenida por el Episcopado, y en posesión de la verdadera fe y vida sobrenatural.

1° La Iglesia es el reino de Jesucristo. Pues bien, según los profetas, este reino debe durar hasta el fin del mundo. Daniel lo profetizó, el ángel Gabriel anunció a María que el reino de Jesucristo no tendrá fin (15).

2° Según la profecía de Jesucristo, la Iglesia, en contraposición a la Sinagoga, es una alianza eterna, un testamento eterno. El Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido y que subsistirá eternamente (16).

La historia nos atestigua que la Iglesia, desde su nacimiento, ha sido siempre perseguida. Pero ha resistido todas estas tempestades y las puertas del infierno no han prevalecido contra ella. Ni el oído de los judíos deicidas; ni la barbarie de los emperadores paganos; ni la violencia del cisma y de la herejía; ni el esfuerzo de los filósofos incrédulos; ni la rabia de los revolucionarios; ni el encarnizamiento satánico de los masones... Nada ha podido prevalecer contra la Iglesia, y el resultado de la rabia de los malvados será probar, una vez más, su divinidad y al mismo tiempo contribuir a la realización de las profecías que a ella se refieren.



II. LA IGLESIA CATÓLICA ES LA VERDADERA
IGLESIA DE JESUCRISTO

151. P. ¿Fundó Jesucristo varias Iglesias?

R. No; Jesucristo no fundó más que una sola Iglesia, que compara a un rebaño conducido por un solo pastor.

El Hijo de Dios edificó su Iglesia única sobre un solo fundamento, sobre Simón Pedro; a él es a quien entregó el poder de las llaves, a él a quien confió todo su rebaño como al único pastor de los corderos y de las ovejas. No reconoce, pues, Jesucristo más que un solo edificio, un solo reino, una sola grey, una sola Iglesia.

Tres sociedades religiosas se dicen cristianas:

La Iglesia católica, la más antigua y la más extendida. Recibe también el nombre de Iglesia Romana, porque su cabeza es el Papa, obispo de Roma. De ésta se han apartado las otras.

Las Iglesias griega y rusa, separada hace muchos siglos de la Iglesia Romana. Estas profesan casi toda la doctrina cristiana, pero no reconocen la supremacía del Papa.

Las Iglesias protestantes, separadas de la Iglesia católica en el siglo XVI. Se dividen en tres ramas principales: en Alemania, los luteranos, cuyo fundador es Lutero; en Suiza y en Francia, los calvinistas, cuya creación es debida el Calvino; y, por fin, los anglicanos, establecidos por Enrique VIII, rey de Inglaterra. El protestantismo se subdivide en innumerables sectas.

Todos los sistemas griegos y protestantes se reducen a tres:

a) Primer sistema. – Es el de los liberales. Confiesan éstos que Jesucristo instituyó una religión, pero no una sociedad religiosa. Por ende, cada cual es libre de formar parte de una Iglesia o de permanecer fuera de ella, como también de pertenecer a aquella Iglesia que fuera más de su agrado. Es el sistema que agrada más a los protestantes modernos, porque les exime de toda autoridad religiosa.

b) Segundo sistema. – Sus seguidores creen que Jesucristo instituyó una sociedad religiosa, llamada Iglesia; pero sin determinar su naturaleza, su constitución y su gobierno. Unos atribuyen la autoridad religiosa al estado: es el Cesarismo. Tales son los anglicanos y los luteranos, sujetos a sus príncipes civiles.

Otros reconocen una autoridad religiosa no sometida a la autoridad civil, pero la colocan en la multitud: es la Democracia. Tales son los calvinistas, que atribuyen la autoridad a los ancianos.

c) Tercer sistema. – Sus partidarios afirman que Jesucristo no dio la autoridad religiosa a todos los cristianos, sino a los apóstoles y a sus sucesores. Después de ello, todos los obispos son iguales por derecho divino, y el Pontífice romano no tiene más que un primado de honor y de precedencia. Tales son ciertos anglicanos, los episcopalistas de los Estados Unidos de Norte América y los griegos cismáticos.

El error de estos diversos sistemas es manifiesto después de que Jesucristo ha establecido la Iglesia en forma de una sociedad perfecta, con obispos para gobernarla y un Supremo Jerarca para conservar la unidad de fe y de gobierno.


152. P. ¿Cuál es la verdadera Iglesia de Jesucristo?

R. La verdadera Iglesia de Jesucristo es la Iglesia católica romana.

1° Ella es la única que posee la constitución establecida por Cristo en su Iglesia.

2° Ella es la única que está fundamentada sobre Pedro, primer obispo de Roma.

3° Ella es, por último, la única que reúne las notas de la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Conforme a las promesas divinas, la Iglesia de Jesucristo debe ser perpetua, indefectible. Es hoy la misma que Jesucristo estableció desde el principio: los hombres no pueden cambiar el plan de Dios. Por consiguiente, toda la Iglesia que no tenga la constitución establecida por Cristo, que no esté edificada sobre Pedro o que carezca de las propiedades determinadas por el Salvador, no es la verdadera Iglesia.



§1° LA IGLESIA CATÓLICA TIENE LA MISMA CONSTITUCIÓN
QUE LA IGLESIA DE JESUCRISTO

153. P. La constitución de la Iglesia católica, ¿es la constitución establecida por Cristo en su Iglesia?

R. Sí; la constitución actual de la Iglesia católica es la misma que fue establecida por Jesucristo.

Sobre todos los grados de la jerarquía hallamos al Papa, sucesor de San Pedro, que gobierna a los pastores y a los fieles.

En el grado inferior, a los obispos, sucesores de los apóstoles, encargados del gobierno de la diócesis, auxiliados por los sacerdotes, como los setenta y dos discípulos.Finalmente, los simples fieles forman, como antes, el rebaño confiado a la atenta solicitud de los pastores.

Pues bien, esta constitución establecida por Jesucristo se halla solamente en la Iglesia católica.

Fuera de la Iglesia católica no se encuentra nada semejante; nada, por consiguiente, que se asemeje a la obra de Jesucristo.

Los protestantes, luteranos, calvinistas, no tienen ni sacerdotes ni obispos: sus ministros son simples funcionarios, enviados por un consistorio, como lo sería un maestro de escuela enviado por un consejo escolar para dirigir una clase.

Los anglicanos pretenden tener sacerdotes y verdaderos obispos – suposición del todo falsa –, pero estos supuestos obispos no tienen más jefe que el rey de Inglaterra. Cuando el trono está ocupado por una mujer, ella se encuentra a la cabeza del Episcopado de su país; lo que, por cierto, no se parece mucho al colegio apostólico.

Los griegos cismáticos y los rusos, que se llaman ortodoxos, tienen obispos, que no se hallan en comunión con el Papa. No tienen jefe legítimo que ocupe el lugar de San Pedro. Los unos dependen del sultán de Turquía; los otros, del emperador de Rusia (17). ¿Desde cuándo ha sometido Jesucristo a los príncipes de la tierra el ministerio de sus pastores?...

Luego ninguna de estas iglesias es la verdadera Iglesia de Jesucristo. Este título pertenece solamente a la Iglesia católica romana. Ella es la única que conserva intacta la primitiva constitución establecida por su divino Fundador y perfectamente conservada a través de los siglos.



§2° LA IGLESIA SUJETA AL PAPA ES LA VERDADERA 
IGLESIA DE JESUCRISTO

154. P. El Papa, Supremo Jerarca de la Iglesia, ¿es sucesor de San Pedro?

R. Sí; el Papa es el sucesor de San Pedro.

Él, como Pedro, ocupa la sede de Roma; él se remonta hasta Pedro, por una serie ininterrumpida de predecesores; él, como Pedro, es el Soberano de la Iglesia entera, y su primacía es reconocida desde hace diecinueve siglos. El Papa es el sucesor de Pedro en todos sus derechos.

Ahora bien, es así que donde está Pedro, allí está la Iglesia; luego la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo.

El primado del Pontífice romano basta por sí solo para discernir la verdadera Iglesia de Jesucristo. Al fundar el Hijo de Dios su imperio espiritual sobre Pedro, hizo del Príncipe de los Apóstoles el tronco de una dinastía de pontífices, que se ha perpetuado, sin interrupción, hasta Pío XII, mediante los doscientos sesenta y tres sucesores de Pedro. Esta sucesión de los Papas, en la Iglesia romana, constituye el tronco del árbol místico plantado por Jesucristo, y cuyas ramas extendidas por toda la tierra son las Iglesias particulares. Las ramas desprendidas de este tronco divino son las sectas heréticas y cismáticas.

1° El Papa ocupa la sede de Pedro. – El Príncipe de los Apóstoles estableció su sede en Roma en tiempo del emperador Claudio, el año 42 de nuestra era. Después de veinticinco años de reinado, sufrió, bajo el imperio de Nerón, un glorioso martirio, el 29 de junio del año 67. Mientras vivió Pedro, no trasladó su sede a ninguna otra parte: murió obispo de Roma. La historia, las tradiciones, los monumentos lo atestiguan. Además, ninguna secta ha reivindicado jamás para sí este privilegio de la Iglesia romana. Luego San Pedro unió a la sede de Roma el poder supremo que había recibido de Nuestro Señor Jesucristo y lo dejó en herencia a sus sucesores.

2° En todos los siglos el Papa ha ejercido sobre la Iglesia entera una soberanía indiscutida. – Desde los primeros siglos hasta nuestros días, el obispo de Roma ha sido reconocido como Vicario de Jesucristo, el Obispo de los obispos, el Sumo Pontífice, el Supremo Jerarca de la Iglesia. A él acuden de Oriente y de Occidente, y sus decisiones hacen ley.

En el siglo I, los Corintios no recurren al apóstol San Juan, que vivía en Éfeso, para resolver las diferencias surgidas entre ellos, sino que consultan al Papa San Clemente, tercer sucesor de San Pedro. El año 197, el Papa San Víctor I pone término a una prolongada discusión acerca de la fecha de la fiesta de Pascua. El Papa Esteban corta la cuestión del bautismo de los herejes, etc.

Así, desde el origen de la Iglesia y en toda la sucesión de los siglos, los hechos más positivos y los testimonios más ciertos testifican la fe de los pastores y de los fieles en el primado de Roma. Creemos superfluo extendernos acerca de estos hechos, que se pueden leer en la historia de la Iglesia.

Por lo demás, todos los Santos Padres, unánimemente, reconocen el primado de jurisdicción conferido a San Pedro. De ahí el principio de San Agustín: Roma ha hablado, la causa ha terminado. 

A la autoridad de los Padres de la Iglesia viene a juntarse la de los Concilios. Los cuatro primeros Concilios ecuménicos: Nicea en325; Constantinopla, en 381; Éfeso, en 431; Calcedonia, en 451, siempre venerados casi tanto como los cuatro Evangelios, por la Iglesia universal, atestiguan la supremacía del Papa.

Un hecho que por sí solo demuestra el primado de los Papas por el ejercicio del mismo, es que jamás, ni en Oriente ni en Occidente, ha habido un solo concilio que haya sido reconocido como ecuménico, es a saber, como representante de la Iglesia universal, al menos de haber sido convocado, presidido por el Papa o sus delegados y confirmado por él. Y pues el concurso de los Papas era considerado como esencial por toda la Iglesia, toda la Iglesia reconocía, de hecho, su primado de poder y de jurisdicción.

En el Concilio general de Florencia, en 1439, tanto los griegos como los latinos suscribieron el siguiente decreto:

“Definimos que el Pontífice posee el primado sobre el universo entero: que este mismo Pontífice Romano es el sucesor del bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles: que él es el Vicario de Jesucristo y el Supremo Jerarca de toda la Iglesia, el Padre y el Doctor de todos los cristianos: que él ha recibido de Nuestro Señor, en la persona del bienaventurado Pedro, pleno poder de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal, como está declarado en las actas de los Concilios ecuménicos y en los Sagrados Cánones”.

De esta suerte, en el concilio de Florencia, los griegos, hoy cismáticos, reconocían al Papa, obispo de Roma, como a sucesor de Pedro y Cabeza de la Iglesia. Ahora bien, en aquella época, los protestantes todavía no existían, y no había en el mundo más que una sola Iglesia: la Iglesia romana. Pero esta Iglesia no ha dejado de existir; luego ella es hoy, como en 1439, la única verdadera Iglesia.

CONCLUSIÓN: La Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo. – Hemos probado que nuestro Señor Jesucristo confirió a Pedro, para que lo trasmitiera a sus sucesores, el primado de jurisdicción sobre la Iglesia universal. Pero está probado que este primado pertenece al Papa, sucesor de San Pedro; luego la Iglesia que tiene por cabeza al Papa es la verdadera Iglesia de Jesucristo.

De ahí la máxima de los Santos Padres: Donde está Pedro, allí está la Iglesia. Es como si se dijera: donde está el tronco vivo, allí está el árbol; donde está el centro, allí se halla el círculo; donde se halla el fundamento, allí está el edificio; donde está el trono, así se halla el imperio. Pues bien, es así que Pedro se halla en la Sede de Roma en la persona de Pío XII 18 ; luego allí se halla la Iglesia de Cristo.

Mons. Besson, en su segunda conferencia sobre la Iglesia, desenvuelve este argumento de una manera tan profunda como atrayente.

“Acudo ahora a todo cristiano, cualquiera sea la comunión a que pertenezca: hago un llamamiento a su buena fe, y entablo con él, el siguiente diálogo:

– ”¿Creéis en el Evangelio?

– ”Sí, creo en él.

– ”¿Creéis que el Evangelio ha sido escrito para todos los tiempos, para todos los lugares, y que cada página de ese libro debe tener su representación en la Iglesia fundada por Jesucristo?

– ”Sí; en el supuesto de que Jesucristo sea Dios.

– ”Pues bien, este fundamento, estas llaves, este pastor único, infalible, eterno, este Pedro, debe estar en alguna parte, ¿verdad?

– ”No se puede negar, si se cree en el Evangelio.

– ”Buscad ahora en Constantinopla, en Londres, en San Petersburgo, en Ginebra, en Berlín, en tal o cual Iglesia separada, en la que más os plazca, el rastro de este fundamento, la sombra de estas llaves, el nombre de este Pastor. ¿Hallaréis alguna autoridad que se parezca a la de Pedro?

– ”No; no hay nada parecido.

– ”¿Os creéis, pues, obligado a reconocer que donde no se halla Pedro, se ha desgarrado una página del Evangelio?

– ”Hay que reconocerlo, si no se quiere cerrar los ojos a la evidencia.

– ”Y si Pedro se halla en alguna parte, sentado sobre su roca, con las llaves en la mano, con la palabra en los labios, con el cayado sobre la grey de Cristo esparcida por todo el mundo, ¿qué concluiréis de eso?

– ”Concluiré que allí se ha conservado intacto el Evangelio.

– ”Acepto vuestra proposición, y os voy a probar, con la historia, que Pedro vive siempre en Roma”.


DECRETOS D EL CONCILIO VATICANO I 

PRIMERA CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA SOBRE LA IGLESIA

El Concilio Vaticano, en su constitución Pastor aeternus, prueba por el EVANGELIO y la TRADICIÓN , la institución del primado conferido por Nuestro Señor Jesucristo al bienaventurado Pedro, y termina en el primer capítulo con el siguiente decreto:

“Si alguien dijere que el bienaventurado apóstol Pedro no fue instruido por Cristo Nuestro Señor Príncipe de los Apóstoles y Cabeza visible de toda la Iglesia militante, o que el mismo Pedro no recibió más que un primado de honor y no un primado de jurisdicción propio y verdadero, directa e inmediatamente conferido por el mismo Jesucristo, sea anatematizado”.

El mismo Concilio, en el segundo capítulo, prueba la perpetuidad del primado de Pedro en los pontífices romanos.

“Es un hecho notable en todos los siglos, que, hasta nuestros tiempos y siempre, el santo y bienaventurado Pedro, Príncipe y Cabeza de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia, que recibió de Nuestro Señor Jesucristo, Salvador y Redentor del género humano, las llaves del reino, vive, reina y juzga en sus sucesores los obispos de esta Santa Sede de Roma, fundada por él y consagrada con su sangre. A causa de esto, cada uno de los sucesores de Pedro en esta cátedra posee, en virtud de la institución de Jesucristo mismo, el primado de Pedro sobre la Iglesia universal”.

El santo Concilio termina ese capítulo con el decreto siguiente:

“Si alguien dijere que no es por la institución de Nuestro Señor Jesucristo, o de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tiene sucesores perpetuos en su primado sobre la Iglesia; o que el Pontífice Romano no es el sucesor del bienaventurado Pedro en este mismo primado, sea anatematizado”.

En el tercer capítulo, DEL PODER Y DE LA NATURALEZA DEL PRIMADO DEL PONTÍFICE ROMANO, el santo Concilio recuerda, al principio, la definición dada por el Concilio de Florencia; la renueva y explica:

“Enseñamos, pues, y declaramos que la Iglesia Romana, por la voluntad de Nuestro Señor, posee sobre todas las otras Iglesias el principado con poder de jurisdicción ordinaria, y que este poder de jurisdicción verdaderamente episcopal que posee el Pontífice Romano, es un poder inmediato; que todos, pastores y fieles, cualquiera sea su rito y dignidad, están sometidos a él por el deber de la subordinación jerárquica y de una verdadera obediencia, no solamente en materia de fe y costumbres, sino también en lo que toca a la disciplina y al gobierno de la Iglesia extendida por todo el universo, de suerte que, conservando la unidad en la comunión y la profesión de una misma fe con el Pontífice Romano, la Iglesia de Cristo es un solo rebaño bajo un solo Pastor. Tal es la enseñanza de la verdad católica, de la que nadie puede apartarse sin perder la fe y la salvación”.

El santo Concilio termina con la siguiente definición:

“Si alguien dijere que el Pontífice Romano no tiene más que un cargo no tiene más que un cargo de vigilancia o de dirección, y no el pleno y supremo poder de jurisdicción sobre toda la Iglesia, no solamente en lo que concierne a la fe y a las costumbres, sino también en lo que se refiere a la disciplina y al gobierno de la Iglesia extendida por todo el mundo; o que solamente tiene la parte principal y no toda la plenitud de este poder; o que el poder que posee no es ordinario e inmediato, tanto sobre todas las Iglesias y sobre cada una de ellas, como sobre todos los pastores y sobre todos los fieles y sobre cada uno de ellos, sea anatematizado”.

En el cuarto y último capítulo, el Concilio trata de la infalibilidad doctrinal del Pontífice Romano. Más adelante veremos las pruebas de este dogma y el decreto del Concilio.


§3° NOTAS DE LA VERDADERA IGLESIA DE JESUCRISTO

El primado de San Pedro es suficientemente para probar que la Iglesia Romana es la Iglesia de Jesucristo; pero la divina Providencia ha multiplicado las señales distintivas de la verdadera Iglesia, para permitirnos adaptar los medios de demostración a la diversidad de las inteligencias. Entre los hombres, unos son más sensibles a un determinado argumento, y otro, a otro. Pues bien, es necesario que todos puedan, sin dificultad, conocer la Iglesia de Jesucristo, porque sólo en ella se halla la religión verdadera y obligatoria.

Se denominan señales las notas que distinguen a la Iglesia de Jesucristo de las Iglesias fundadas por los hombres.

Estas señales son propiedades esenciales de la Iglesia de Cristo, manifestadas exteriormente por caracteres sensibles y permanentes.

Toda señal debe ser:

1° Más fácil de conocer que la Iglesia misma.
2° Esencial a la verdadera Iglesia.
3° Incompatible con una falsa Iglesia.


155. P. ¿Cuáles son las señales de la verdadera Iglesia?

R. Hay cuatro señales de la verdadera Iglesia. Debe ser: una, santa, católica y apostólica.

Tales son las notas de la Iglesia de Jesucristo, reconocidas por el Concilio de Nicea, primer concilio ecuménico.

La unidad, constituye la forma de la Iglesia; la santidad, su vida; la catolicidad, la extensión de su dominio; la apostolicidad, su edad.

La Iglesia es el Cuerpo místico de Jesucristo, su encarnación permanente entre los hombres; por consiguiente, se debe hallar en la Iglesia la marca de las perfecciones del Hombre-Dios.

1° No hay más que un solo Cristo; en Él, la naturaleza divina y la naturaleza humana están unidas con una unión hipostática o personal. De igual suerte, no hay más que una Iglesia, donde se une lo divino y lo humano, lo visible y lo invisible (19).

2° Jesucristo es la santidad misma. Manifestó esta santidad, viviendo en carne mortal, por medio de sus virtudes y de sus milagros. Su Iglesia es santa e inmaculada, a pesar de los pecados de muchos de sus miembros, y manifiesta su santidad en lo exterior por sus obras y sus milagros. La santidad es su vida.

3° Jesucristo es el Salvador del mundo; Él murió por todos, y quiere la salvación de todos. Es necesario que su Iglesia sea, como Él, católica o universal.

4° Enviado por su Padre, Jesucristo envía a sus apóstoles, los cuales, a su vez, envían a sus sucesores. Así, la Iglesia, en la sucesión de los siglos, es siempre apostólica.

La verdadera Iglesia de Jesucristo, hecha a su imagen y semejanza, es una sociedad, a la vez, humana y divina, que Él vivifica con su espíritu y en la que se reflejan su unidad, su santidad, su inmensidad y su misión divinas.

Unidad. – ¿Qué se necesita para que la Iglesia sea una?

Se necesita que sus miembros: 1°, profesen una misma fe; 2°, participen de los mismos sacramentos; 3°, obedezcan al mismo supremo Jerarca: es lo que se llama unidad de fe, unidad de culto, unidad de gobierno.

¿Por qué es necesario que la Iglesia sea una?

Es preciso que la Iglesia sea una en su fe, porque Jesucristo ha enseñado sino una sola y misma doctrina. La verdad es una: Dios que es la verdad misma, no ha podido revelar el pro y el contra, el sí y el no.

Es preciso que la Iglesia sea una en su culto, porque Jesucristo ha establecido para todos los hombres la misma manera de honrar a Dios y los mismos medios de salvación: un solo sacrificio y los mismos sacramentos.

Es preciso que la Iglesia se una en su gobierno, porque Jesucristo ha fundado en su Iglesia un cuerpo de pastores colocados bajo la autoridad de un solo Gobernador Supremo. La unidad es el carácter esencial del Cristianismo; un solo Dios, una
sola fe, un solo bautismo, etc.

No admitir un solo punto de la doctrina de Jesucristo es romper la unidad de la fe: es la HEREJÍA. Rechazar la autoridad de los pastores legítimos, y particularmente la del Pastor Supremo, es romper la unidad de gobierno: es el CISMA.

Santidad. – ¿Qué se requiere para que la Iglesia sea santa?

Se requiere: 1°, que tenga por fundador a Jesucristo, fuente de toda santidad; 2°, que proponga a los hombres en su doctrina, en sus sacramentos, en sus leyes, los medios más perfectos de santificación; 3°, que vaya produciendo siempre santos, cuya virtud eminente se manifestada, por el don de hacer milagros.

¿Por qué es necesario que la Iglesia sea santa?

Es necesario porque la Iglesia tiene por fin conducir a los hombres a la salvación eterna, mediante la práctica de la santidad. Por esto no puede conseguir este fin sin procurarles los medios de santificación. La eficacia de estos medios debe ser demostrada por la santidad heroica de los hijos de la Iglesia que siguieren fielmente sus consejos. Además, esta santidad debe afirmarse de tiempo en tiempo con verdaderos milagros. Los milagros no son en la verdadera Iglesia una cosa accidental y pasajera; son el cumplimiento de promesas de Jesucristo que no fueron limitadas a ningún tiempo. Si alguno cree en Mí, las obras que Yo hago él también las hará, y aun mayores (20).

Sin embargo, no es necesario que todos los miembros de la Iglesia sean santos; Jesucristo les deja la libertad de substraerse a la eficacia de su religión. Él nos advierte que en el campo del padre de familia, la cizaña crece juntamente con el trigo. Basta que la doctrina, la moral, el culto, la legislación de la Iglesia reúnan condiciones de extraordinaria eficacia para santificar a sus miembros.

3°, Catolicidad. – ¿Qué se requiere para que la Iglesia sea católica?

Se requiere: 1°, que tenga una fuera expansiva universal; 2°, que esté siempre extendida por la mayor parte de los países conocidos; 3°, que en número aventaje a las sectas de herejes o cismáticas.

¿Por qué es necesario que la Iglesia sea católica?

Lo es porque Jesucristo quiere que todos los hombres se salven, y no pueden salvarse sino por la Iglesia. Es necesario, pues, que en todos los tiempos la Iglesia esté abierta para todos, a fin de que puedan entrar en esta nave de salvación. Dios destina su religión, como el sol, a iluminar a todos los hombres, Jesucristo, mediador común, dio a sus apóstoles el encargo de predicar el Evangelio a todos los pueblos; su Iglesia debe, por consiguiente, encontrarse en todos los tiempos y en todos los lugares para abrir a los hombres las puertas del cielo.

Son los mismos apóstoles los que, en su Símbolos, dan a la Iglesia el nombre de católica: Creo en la santa Iglesia. Debe, pues, estar moralmente difundida por el mundo entero.

La catolicidad supone la unidad de doctrina y de gobierno. Es necesario que la Iglesia sea la misma en todas partes. Un conjunto de sectas que no tuvieran de común más que el nombre, no se podría llamar Iglesia católica.

La catolicidad no exige que la Iglesia exista en todas las partes del mundo sin excepción; y mucho menos que comprenda la universalidad de los hombres. Basta que exista en la mayor parte de los pueblos conocidos y que abrace un número mayor de miembros que las otras sectas cristianas.

Apostolicidad. – ¿Qué se requiere para que la Iglesia sea apostólica?

Se requiere: 1°, que su origen se remonte a los apóstoles; 2°, que enseñe la misma doctrina de los apóstoles; 3°, que sea siempre gobernada por pastores cuya misión tenga su origen en los apóstoles, con el consentimiento del sucesor de Pedro, Jefe de la Iglesia.

¿Por qué es necesario que la Iglesia sea apostólica?

Lo es: 1°, porque la Iglesia debe guardar intacta la doctrina revelada a los  apóstoles; 2°, porque debe conservar, por una serie no interrumpida de pastores, el ministerio y la misión apostólica. Jesucristo dio solamente a los apóstoles la misión de predicar el Evangelio a toda criatura. Todo el que no sea enviado por ellos no tiene autoridad para predicar la doctrina de Jesucristo.

Para que los pastores sean legítimos, deben, por una transmisión sucesiva, recibir sus poderes de los apóstoles y permanecer sujetos al sucesor de Pedro, como los apóstoles lo estuvieron al mismo Pedro.

Es necesario, pues, que la Iglesia sea apostólica por razón de su origen, de su doctrina, de su ministerio. “El carácter infalible e indeleble de todas las sectas, sin exceptuar una sola, es que siempre se les podrá señalar su origen en una fecha tan precisa, que no les será posible negarla”. (BOSSUET.) – Así, la historia registra la hora natal, a veces escandalosa, pero siempre ilegítima, de todas las sectas cismáticas y heréticas.


§4° LA IGLESIA ROMANA POSEE ESTAS CUATRO NOTAS

156. P. ¿En qué Iglesia hallamos estas cuatro notas?

R. Sólo es la Iglesia Romana hallamos estas cuatro notas. Ella es: 1°, una; 2°, santa; 3°, católica y 4°, apostólica.

1° Es una: todos sus miembros profesan la misma fe, participan de los mismos sacramentos, obedecen al mismo Supremo Jerarca: al Papa

2° Es santa: tiene por fundador a Jesucristo, fuente de toda santidad; nos ofrece todos los medios para santificarnos; por último, siempre ha formado santos, cuya santidad ha sido probada por milagros.

3° Es católica o universal: abarca todos los tiempos y se halla, siempre la misma, en todos los lugares. Sólo ella tiene el privilegio de ser conocida y tener súbditos en todas partes del mundo.

4° Es apostólica: se remonta hasta los apóstoles; cree y enseña la doctrina de los apóstoles; es gobernada por los legítimos sucesores de los apóstoles.

1° La Iglesia católica romana es una. – a) Una en su fe. – Todos los católicos admiten las mismas verdades, los mismos preceptos, los mismos consejos evangélicos. Recorred la tierra de un extremo a otro, y, en todos los puntos del globo, oiréis al hijo de la Iglesia Romana cantar el mismo Credo. Remontad el curso de las edades hasta los tiempos apostólicos, y veréis a veinte siglos profesar el mismo símbolo.

El principio que mantiene esta unidad de fe es la AUTORIDAD DE LA IGLESIA: todo católico debe aceptar los dogmas enseñados por ella, bajo pena de ser excluido como hereje. Negar un solo artículo de fe es apartarse de la comunión de la Iglesia católica.

En cuanto a lo que no está definido, la Iglesia deja libertad de opiniones, según el axioma de San Agustín: “En lo que es cierto: unidad; en lo que es dudoso: libertad; en todas las cosas: caridad”.

b) Una en su culto. – Las partes esenciales del culto: la oración, el sacrificio, los sacramentos, son idénticos en todas partes. Las variaciones de rito son puramente accesorias.

Ora se trate de la Basílica de San Pedro, ora de la última capilla de aldea, hallaréis siempre un altar, una mesa eucarística, fuentes bautismales, confesionarios, un púlpito, etc. En todas las iglesias está el mismo misal, se recitan las mismas oraciones, se ofrece el mismo sacrificio, se administran de la misma manera los siete sacramentos. Las formas del culto externo son esencialmente las mismas.

c) Una en su gobierno. – Todos los miembros de la Iglesia están unidos a otros por una jerarquía completa. Los fieles están sujetos a sus sacerdotes; los sacerdotes, a sus obispos; los obispos al Papa, reconocido por todos como Cabeza Suprema. La Iglesia católica es como un vasto círculo cuyo centro está en Roma, y cuyos radios alcanzan a las extremidades de la tierra (21).

El que se niega a someterse a la autoridad de los pastores legítimos es excluido de la Iglesia como cismático. Tal es la regla que mantiene en ella la unidad perfecta; esta regla es conforme a las palabras del Salvador: Aquel que no escuchare a la Iglesia, sea para vosotros como gentil y publicano (22).

Gracias a esta triple unidad, todo católico, en cualquier país donde esté, se encuentra entre católicos, y está siempre en su familia; asiste al mismo sacrificio; recita las mismas oraciones; obedece al mismo Jefe; cree las mismas verdades.

2° La Iglesia católica romana es santa. – a) En su fundador. No tiene más fundador que a Jesucristo, el Santo de los santos, el Hijo de Dios hecho hombre, el modelo y la fuente de toda la santidad. Se necesitaba todo el poder de Dios para fundar la Iglesia en las condiciones en que fue establecida, así como para conservarla a través de los siglos, a pesar de las persecuciones, herejías y cismas. (Véase núm. 133).

b) En los medios que suministra a los hombres para llegar a la santidad.– Su doctrina, sus preceptos, sus consejos, sus sacramentos, todo combate el mal, todo lleva hacia la virtud, todo conduce a la santidad más heroica. Basta que nuestra voluntad preste a la gracia de Dios un concurso fiel y perseverante.

La Iglesia Romana produce la santidad con su doctrina, que hace una guerra sin cuartel a todos los vicios, y nos impulsa a la práctica de todas las virtudes. Ella comunica la santidad, particularmente por medio de los sacramentos, que confieren o aumentan la gracia santificante.

c) En los numerosos santos que ha producido y que produce continuamente.– Sólo Dios es juez de la santidad interior: los ojos del cuerpo no pueden percibirla. Pero la santidad se manifiesta por medio de las obras, y, sobre todo, por los milagros. Entre los miembros de la Iglesia abundan los santos: se los encuentra en todas las condiciones bajo todos los climas y en todos los siglos. Se los cuenta por millones... Dios ha rendido testimonio a su santidad con numerosos milagros, ruidosos y auténticos.

“Los milagros jamás han cesado en la Iglesia Romana. En todos los siglos, Dios le ha dado este poder sobrenatural. Los prodigios que San Antonio, San Hilario, San Martín obraron en el siglo IV, Santo Domingo, San Francisco de Asís, San Vicente Ferrer, San Antonio de Padua, San Francisco Javier, Santa Teresa y muchísimos otros los han obrado después, demostrando con esto que Dios aprobaba las virtudes practicadas en el seno de la Iglesia Romana”.

Esta perpetuidad de los milagros la ponen de manifiesto los procesos jurídicos de la canonización de los santos. El sabio abate Moigno ha publicado, en sus Esplendores de la fe, las actas del proceso de beatificación y canonización de San Benito José Labre. Se pueden ver en ese volumen las innumerables precauciones de que se rodea la Iglesia y los milagros que demanda antes de canonizar a aquéllos que coloca sobre los altares.

Hoy en día y bajo nuestros ojos se operan también maravillas que se empeña en negar la impiedad, pero cuya realidad evidente no podrá destruir jamás. Entre estas maravillas citaremos, siempre con el debido respeto a la autoridad de la Iglesia, las curaciones obradas en Lourdes y los prodigios de la vida del Cura de Ars. (Véase Dr. B OISSARIE, Las grandes curaciones de Lourdes)

d) La Iglesia es santa en sus obras.– Ella es la que sacó al mundo del paganismo y la que le ha procurado los beneficios de que hemos tratado antes.

Nada podría igualar el celo que despliega para hacer a los hombres más cristianos y más felices. Ha fundado asilos, escuelas, hospitales, casas de refugio para aliviar todos los sufrimientos. Ella es la única que inspira la caritativa abnegación de las Hermanas de la Caridad y de las Hermanas Enfermeras, de las Hermanitas de los Pobres, de las Sociedades de San Vicente de Paul, de San Francisco de Regis, etc.

Diariamente, sus denodados misioneros lo abandonan todo: descanso, familia y patria, para ir a llevar, con peligro de su vida, la buena nueva del Evangelio a los pueblos idólatras. Dios bendice su celo: mientras los esfuerzos de los protestantes resultan estériles, los de los misioneros católicos, a pesar de las dificultades y obstáculos diversos, se ven coronados por el éxito más lisonjero. Hay que contar por millones los paganos convertidos en China, en el Tonkín, en África, en América, en Oceanía.

La inagotable fecundidad de la Iglesia Romana para todo lo bueno, su poder extraordinario para convertir las naciones más bárbaras, lo mismo que los pecadores más endurecidos, son verdaderos milagros del orden moral que prueban su santidad y si divinidad. Por más aborrecibles que sean las calumnias de que la Iglesia es blanco, por más numerosos que sean los estorbos y cortapisas puestos a su acción, por sangrientas que sean las persecuciones de que a veces es víctima, la Iglesia Romana extiende su imperio y prosigue imperturbable la obra siempre fecunda de su apostolado.

No hay duda que la Iglesia Romana no ha santificado ni santifica a todos sus miembros. Hay, ha habido y habrá siempre pecadores en la Iglesia. La cizaña, según la parábola de Nuestro Señor Jesucristo, crece junto con el trigo; pero donde quiera que aparezca la cizaña, se muestra siempre como nacida del abuso de la libertad humana. Si numerosos cristianos con su indigna conducta deshonran a la Iglesia, es porque repudian su doctrina y su moral. Bajo el dominio de las pasiones, hacen lo contrario de lo que les prescribe y aconseja la Iglesia. Todo el que se ajusta a las normas de la Iglesia Romana lleva una vida ejemplar, llena de méritos, como la de los santos que ella canoniza.

3° La Iglesia Romana es católica.– Supera tan visiblemente a las otras sociedades cristianas, por su difusión y su brillo, que el título de católica le ha quedado como nombre propio que la distingue de todas las otras.

La Iglesia Romana es católica o universal: a) Por el tiempo. – Según confesión de todos, tiene su origen en Jesucristo. Pero es poco darle veinte siglos de existencia; ella es tan antigua como el mundo, pues abraza la revelación primitiva, la mosaica y la cristiana; la Iglesia católica es el coronamiento de un edificio empezado el día de la creación. (Véase p. 114)

b) Por la extensión. – La Iglesia Romana está extendida por las cinco partes del mundo. En los pueblos más remotos, en las islas menos conocidas del Océano, en todas partes se hallan católicos.

c) Por el número. – Cuenta alrededor de trescientos millones de súbditos: cien millones más que todas las otras sectas reunidas. Desde el día de Pentecostés, jamás ha cesado de extender sus conquistas, de multiplicar sus hijos; lo que pierde en una nación, lo gana con creces en otra. La catolicidad de la Iglesia Romana no es solamente un nombre, es un hecho visible, autentico, que atrae todas las miradas y se impone por su grandeza y su duración de veinte siglos.

La catolicidad de la Iglesia se manifestó desde el día de Pentecostés. Las lenguas de fuego que descendieron sobre las cabezas de los apóstoles simbolizaron la difusión de la doctrina que tenían como misión de predicar. El don de lenguas que les fue conferido les permitió hacer que el Evangelio fuera comprendido por todas las naciones representadas en Jerusalén.

Todo católico romano puede repetir la sentencia de San Paciano, obispo de Barcelona: cristiano es mi nombre, católico es mi apellido.

4° La Iglesia Romana es apostólica. – a) Por su origen. – Fundada por Jesucristo, fue propagada por sus apóstoles, particularmente por San Pedro, que fijó susede en Roma, capital del Imperio romano. La Iglesia Romana es, pues, la Iglesia primitiva, la única que ha existido siempre desde los apóstoles hasta nosotros.

b) Por la sucesión no ininterrumpida de sus pastores.– Sus pastores son los únicos del mundo que pueden, desde el sacerdote al obispo, del obispo al Papa, hacer remontar su misión, a través de las edades, hasta que los apóstoles recibieron del propio Jesucristo. Es conocida la sucesión no ininterrumpida de los Pontífices Romanos, partiendo del papa Pío XII y remontándose hasta San Pedro.

“Lo que se conserva en la Iglesia católica, dice San Agustín, es la sucesión de los obispos, desde San Pedro hasta el que ocupa su trono. ¿Qué otra sociedad puede presentar una sucesión tan clara y tan admirable?...”. El protestantismo no existía antes de Lutero; el cisma griego, antes de Focio; sólo la Iglesia Romana llega hasta San Pedro, y por él, hasta Jesucristo.

c) Por su doctrina. – La doctrina de la Iglesia Romana es siempre la doctrina de los apóstoles. Entre los símbolos más antiguos, los escritos y las decisiones de los primeros siglos y los de la hora presente, existe una identidad completa. Nosotros recitamos el Símbolo de los Apóstoles, y cantamos en la Misa el Credo del primer Concilio general, el símbolo de Nicea.

OBJECIÓN.– Los protestantes sostienen que la Iglesia católica, imponiendo dogmas nuevos, se ha apartado del puro Evangelio que nos legaron los apóstoles.

R. Nunca la Iglesia ha definido un artículo de fe sin haber probado que los apóstoles lo habían enseñado, o por escrito, o de viva voz. Tiene por principio no innovar nada, sino atenerse a las verdades contenidas en el depósito de las Escrituras y de la Tradición apostólica. A todos los ataques de los herejes opone victoriosamente los escritos de los Padres y los monumentos de la Historia.

Es, por consiguiente, inexacto el afirmar que la Iglesia ha inventado nuevos dogmas. Lo que es nuevo es un conocimiento más preciso, una definición más solemne de ciertas verdades reveladas. ¿Qué hace ella en los decretos de los concilios? Presenta a más clara luz verdades no suficientemente conocidas por los fieles; enseña de una manera más precisa lo que se enseñaba de una manera vaga. Cuando los ataques de los herejes lo requieren, ella forma una palabra nueva para facilitar la inteligencia de la doctrina y determinar el antiguo sentido de la fe. Así, poco a poco, va resumiendo una ciencia inmensa dentro de breves fórmulas.

Pasa con la doctrina católica lo mismo que con la creación material. Dios ha ocultado en el seno de la tierra y en las leyes de la naturaleza tesoros admirables que el hombre va descubriendo cada día y que utiliza según las necesidades del momento. Él sabe hallar el hierro necesario para los instrumentos de trabajo, el carbón para producir vapor, la electricidad para trasmitir a enormes distancias su pensamiento...

Así también Dios ha colocado en el depósito de la revelación, confiado a la Iglesia, todas las verdades destinadas a iluminar la inteligencia y a fortalecer el corazón del hombre. Y a la Iglesia pertenece sacar de este depósito sagrado, según las necesidades del momento, las verdades reveladas. Por esto, al proclamar en el pasado siglo el dogma de la Inmaculada Concepción y el de la Infalibilidad del Papa, la Iglesia no ha inventado nuevos dogmas, como se ha dicho, sino que ha declarado solamente que esos dogmas están contenidos en la revelación divina y en la Tradición apostólica.

Indudablemente, la Iglesia puede todavía realizar cambios en su disciplina, establecer nuevas leyes, modificarlas o abolirlas; pero estos cambios no alteran en lo más mínimo la doctrina católica.

CONCLUSIÓN.– No hay más que una Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo. Es así que la Iglesia Romana posee todas las notas de la verdadera Iglesia. Luego la Iglesia romana es la Iglesia de Cristo.



Notas

10. Hechos, V, 29.
11. I Cor. IV, 1.
12. Hechos, V; 1 Cor., V, etc.
13. Yo estoy con vosotros. No hay auxilio ni poder que no esté encerrados en estas pocas palabras. Estas significan que Dios extiende su mano protectora sobre un hombre, que vela por él, que le presta su asistencia y que le asegura el éxito. Muchísimos pasajes de la Biblia abocan esta interpretación. Dice Dios a Isaac: Quédate en este país. Yo estaré contigo, y a Jacob: Vuelve a la tierra de tus padres. Yo estaré contigo.
En el libro del Éxodo, Dios ordena a Moisés que se presente a Faraón. Moisés teme; Dios le contesta: Yo estaré contigo, etc. Esta expresión familiar de Dios revela su presencia y su protección. Jesucristo promete estar todos los días con sus apóstoles para enseñar con ellos, gobernar con ellos, etc. Luego ellos no pueden engañarse.
14. Juan, XVI, 13.
15. Lucas, I, 33.
16. Jerem., XXII, 40.
17. Nótese que el autor escribía antes de los trastornos que han modificado el régimen político de estos Estados.
18. Esta es una edición anterior al Concilio Vaticano II. 
19. En el Verbo Encarnado hay lo invisible y lo visible: Dios invisible y el Hombre que vive y se manifiesta a nuestros sentidos y nos revela con sus acciones el principio divino que lo anima: Es el Hombre-Dios.
Así, en la Iglesia lo invisible es lo que se llama alma: los dones del Espíritu Santo, la fe, la gracia; lo visible es el cuerpo, la sociedad exterior de los pastores y de los fieles que, con sus obras, manifiestan la vida divina que el Espíritu Santo les comunica.
20. Juan, XIV, 12; Marcos, XVI, 17 y 18.
21. Véase Mons. Besson, Conferencia sobre el orden de la Iglesia.
22. Mateo, XVIII, 17.






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