martes, 24 de enero de 2017

La Religión Demostrada XIX: El Gobierno de la Iglesia








LA RELIGIÓN DEMOSTRADA


LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA



P. A. HILLAIRE


Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.







DECLARACIÓN DEL AUTOR

Si alguna frase o proporción se hubiere deslizado en la presente obra La Religión Demostrada, no del todo conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al supremo magisterio del PAPA INFALIBLE, jefe venerado de la Iglesia Universal.

A. Hillaire.





QUINTA VERDAD

LA IGLESIA CATÓLICA ES LA ÚNICA DEPOSITARIA DE LA

RELIGIÓN CRISTIANA



III. ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA


167. P. ¿Cuáles son los auxiliares del Papa en el gobierno, de la Iglesia?

R. Son los cardenales, cuyo cuerpo lleva el nombre de Sangrado Colegio. Ellos forman el consejo ordinario del Sumo Pontífice, y están al frente de las diversas

Congregaciones Romanas, que se reparten, bajo la autoridad del Papa, el despacho de los asuntos referentes al gobierno de la Iglesia.

Muerto el Papa, los cardenales se reúnen en Conclave para elegir su sucesor.

La palabra cardenal viene del latín, cardo, cardinis, que significa el quicio sabré que gira una puerta, por alusión a la importante función de los cardenales, sobre los que gira el gobierno de la Iglesia.

Los cardenales ocupan el primer lugar después del Papa como dignatarios de la Iglesia, pero no como pastores; son de institución eclesiástica, a diferencia de los obispos, que existen por derecho divino.

En una bula publicada en 1586, ¡Sixto V fijó en, setenta el número de los cardenales, divididos en tres órdenes, para recordar los tres grados de la jerarquía sagrada, seis cardenales-obispos, cincuenta cardenales-presbíteros y catorce cardenales-diáconos. El Papa los elige de todas las naciones, pero la mayor parte de ellos tienen su residencia en Roma.

La reunión del Sagrado Colegio, presidida por el Papa, se llama Consistorio, y en él se tratan los grandes intereses de la Iglesia, y el Sumo Pontífice preconiza, es decir, instituye canónicamente a los obispos.


§2° LOS OBISPOS, LOS PRESBÍTEROS; SUS DIVERSOS PODERES

168. P. ¿Cuáles son, con el Papa, los pastores legítimos de la Iglesia?

R. Son los obispos, canónicamente instituidos. Los obispos son los sucesores de los apóstoles, encargados por Jesucristo del gobierno espiritual de las diócesis, bajo la autoridad del Sumo Pontífice.

Son nombrados por el Papa, que es su príncipe supremo, como San Pedro era el príncipe de los apóstoles.

La palabra obispo significa vigilante, inspector, superintendente; y se les da este nombre, porque los obispos deben vigilar a los fieles y guardarlos como un buen pastor guarda su rebaño.

Gobierno de la Iglesia. — El gobierno de la Iglesia es monárquico, y la suprema autoridad reside en el Papa. Pero como la Iglesia ocupa toda la tierra, le sería imposible al Sumo Pontífice solo ejercer las funciones del ministerio pastoral.Necesitaba, por lo mismo, de auxiliares para administrar, bajo su .supremacía, las diferentes regiones de la tierra. Los primeros coadjutores del Gobernador Supremo de la Iglesia fueron los apóstoles, elegidos y nombrados por Jesucristo. Un rey no se conforma con tener ministros, sino que divide su reino en provincias, al frente de las cuales pone gobernadores que las rijan bajo su alta autoridad.


1. LOS OBISPOS

Los obispos son los sucesores de los apóstoles, como el Papa es el sucesor de San Pedro. No son simples mandatarios del Papa, sino verdaderos príncipes, verdaderos pastores, establecidos por derecho divino. Jesucristo mismo instituyó a los obispos para ayudar y secundar al Papa en el gobierno de la Iglesia: posuit episcopos regere Ecclesiam Dei (45).

Los apóstoles, encargados de propagar la Iglesia por toda la tierra, tenían una jurisdicción universal. Los obispos, sucesores de los apóstoles, no han heredado este privilegio: su jurisdicción se limita a un territorio. Pero esto no impide que estén revestidos del mismo carácter y que ejerzan, en sus diócesis respectivas, la misma autoridad, que los apóstoles en el mundo entero. Ellos son los jefes y los pastores de los fieles sujetos a su jurisdicción.

Nombramiento y misión de los obispos.— Los obispos reciben de Dios su potestad de orden, y del Papa, su potestad de jurisdicción. Para ser legítimo pastor, no basta ser consagrado por el sacramentó del Orden; es necesario, además, ser enviado a una diócesis por el Papa, único que posee el poder de las llaves, conferido por Jesucristo a San Pedro. Por consiguiente, sólo el Papa tiene el derecho de instituir obispos, de darles la jurisdicción, y a él es a quien deben dar cuenta de su administración.

El gobierno que ha obtenido del Papa, por un concordato, el privilegio de designar los sujetos para el episcopado, los presenta simplemente al Papa para hacerlos elegir, pero no les confiere jurisdicción alguna espiritual y no puede retirarles sus poderes.


Jerarquía episcopal.— Todos los obispos son iguales entre sí, en lo referente al carácter episcopal, como lo eran los apóstoles. Sin embargo, la Iglesia ha asignado a ciertas sedes títulos que les dan derecho a una jurisdicción más extensa, o que son solamente honoríficos. Tales son los Arzobispos, los Primados y los Patriarcas.

El Arzobispo o Metropolitano es el obispo de la ciudad principal de una provincia eclesiástica. Posee cierta jurisdicción sobre los obispos de su provincia, que se llaman sufragáneos. Puede convocar y presidir los concilios de su provincia, juzgar las causas en apelación y, en ciertos casos, visitar las diócesis.

El Primado tenía cierta autoridad sobre todos los obispos de una nación, mas hoy este título es puramente honorífico.

El Patriarca preside a todos los obispos de un pueblo o de una región; hoy no tiene autoridad efectiva sino en las Iglesias orientales. Los Patriarcas son muy pocos.

Se llaman Vicarios apostólicos los obispos de las misiones; Obispos titulares aquéllos que llevan el título de una iglesia que fue católica en otros tiempos, pero que ahora es hereje o infiel.

Los Prefectos apostólicos son jefes de misión que, sin ser obispos, pueden conferir las órdenes menores, administrar el sacramento de la confirmación y ejercer cierta jurisdicción. Los Abades son superiores de un monasterio erigido en abadía; pueden oficiar de pontifical y conferir a sus súbditos las órdenes menores.


169. P. ¿Cuáles son los poderes del obispo?

R. El obispo es el jefe espiritual de su diócesis: posee, como el Papa, y bajo su dependencia, el triple poder de enseñar, de santificar y de gobernar a su pueblo.

Ejerce sobre cada uno de sus diocesanos una jurisdicción ordinaria e inmediata. El Espíritu Santo lo ha establecido para gobernar esta porción de la Iglesia de Cristo.

En su diócesis, el obispo posee:

1° El magisterio doctrinal para enseñar a su pueblo;
2° El ministerio sacerdotal para santificarlo;
3° El ministerio pastoral o la autoridad de gobierno para dirigirlo hacia el cielo.

Magisterio doctrinal. — En virtud de su magisterio, el obispo es el juez y doctor de la fe; toma parte en los concilios como testigo y juez de la enseñanza tradicional de la Iglesia. En su diócesis enseña la doctrina revelada, y nadie puede dedicarse al ministerio de la predicación sin autorización de él. Aunque el obispo no sea infalible, los fieles tienen obligación de adherir, con la inteligencia y el corazón, a su enseñanza: su magisterio y su unión con la Santa Sede a ello les obligan. Sin embargo, si se descubriera que ha caído en error, está permitido, no el combatirle, sino el apelar al Papa.El obispo vigila para que el error no se deslice entre los fieles confiados a su cuidado; inspecciona los libros y los diarios o periódicos, para condenar los malos y recomendar los buenos.

Él cuida de que la educación dada en las escuelas públicas o privadas sea profundamente cristiana.

Ministerio sacerdotal. — El obispo posee la plenitud del sacerdocio; por consiguiente, administra el sacramento de la Confirmación, que hace perfecto al cristiano, y el de Orden, que consagra a los obispos, a los sacerdotes, a los diáconos, etc. Es, en su diócesis, el primer ministro de los sacramentos. También consagra los santos óleos, los templos, los altares, los vasos sagrados.

Ministerio pastoral. — El obispo posee sobre toda la diócesis una autoridad de gobierno inmediata y ordinaria. Para llegar a sus fieles, no necesita pasar por intermediarios: él es el pastor propio de sus diocesanos. No obra como delegado o vicario del Papa, sino que sus poderes son inherentes a su cargo.

La autoridad espiritual de los obispos comprende un triple poder:

a) El poder administrativo: los obispos erigen y suprimen las parroquias; nombran a los que han de gozar de las dignidades y beneficios eclesiásticos; dan los poderes a los sacerdotes; vigilan la administración temporal de las fábricas, la ejecución de los legados piadosos; visitan sus diócesis, celebran sínodos, educan y forman el clero.

b) El poder legislativo: en sínodo o fuera de él, los obispos tienen el derecho de dictar leyes, de estatuir reglamentos estables en lo que concierne a la disciplina y a la vida de los clérigos y de los fieles.

Pueden, por consiguiente, prohibir la lectura de diarios nocivos, la asistencia de los niños a las escuelas sin Dios, y la venta de bebidas en los mesones, tabernas y cafés durante los oficios parroquiales, etc.

c) El poder judicial y coercitivo: el obispo puede juzgar a los culpables y castigarlos con penas espirituales, hasta separarlos de la comunión de la Iglesia; y así como puede imponer censuras, puede también reservarse la absolución de las mismas.

Este triple poder, teniendo como tiene su origen en Dios, es independiente del poder civil y del pueblo cristiano; pero no por eso es arbitrario, sino que debe ser ejercido en conformidad con los cánones y constituciones pontificias.

Los Concilios. — Se llama Concilio una asamblea de obispos legítimamente convocados y reunidos para juzgar de las cosas concernientes a la fe, a las costumbres o a la disciplina de la Iglesia.

Hay dos clases de Concilios: el Concilio general o ecuménico, que representa a toda la Iglesia, y el Concilio particular, que representa a una o varias provincias.

Para un Concilio general se requieren cinco cosas:

1° Ha de ser convocado por el Papa.
2° Todos los obispos deben ser invitados, pero no es necesario que asistan todos: basta que su número sea suficientemente grande para representar a la Iglesia universal.
3° El Concilio debe ser presidido por el Papa o por sus legados.
4° El Concilio ha de ser libre en sus deliberaciones.
5° Sus decisiones han de ser confirmadas por el Papa.

¿Cuál es la autoridad del Concilio general? — El Concilio general es la Iglesia docente, compuesta por el Papa y por los obispos. Pero hemos probado antes que la Iglesia, así considerada, es infalible. (Véase núm. 148.) Luego el Concilio general es infalible. Sus cánones y decretos o definiciones dogmáticas hacen ley en la Iglesia universal y deben ser venerados como palabras del mismo Dios. El Concilio general posee también la autoridad legislativa: negar obediencia a las leyes por él dictadas sería desobedecer a Dios mismo.

¿Cuál es la utilidad de los Concilios? — No son absolutamente necesarios, puesto que Jesucristo no los ha hecho obligatorios, y que un Concilio general no tiene mayor autoridad que el Papa solo 46 . Sin embargo son muy útiles:

1° la doctrina católica es proclamada en ellos de una manera más solemne;

2°, el pueblo siente mejor que la doctrina definida es la de toda la Iglesia; 3°, el Papa se rodea de más luz humana, y los obispos ponen más celo en hacer observar las leyes dictadas por el Concilio.

¿Cuántos Concilios ecuménicos ha habido? — Sin contar el Concilio de Jerusalén, celebrado por los apóstoles bajo la presidencia de San Pedro, se cuentan hasta hoy diecinueve Concilios ecuménicos: los ocho primeros, en Oriente, y los restantes, en Occidente.

El primero se celebró en Nicea, en 325, para condenar a Arrio, que negaba la divinidad de Jesucristo; el último fue el del Vaticano, celebrado en 1870 y que definió como dogma de fe la infalibilidad del Papa.

Los Concilios particulares no son infalibles, a menos que sean expresamente confirmados por el Papa. Los obispos de una provincia o de una nación tienen el derecho de reunirse en Concilio, porque el derecho de reunión es un derecho natural, y si pertenece a todos, con mayor razón a los pastores de las almas.


2. AUXILIARES Y COOPERADORES DE LOS OBISPOS


170. P. ¿Cuáles son los auxiliares del obispo en el gobierno de su diócesis?

R. Son los vicarios generales y los canónigos de la iglesia catedral.

1° Los vicarios generales son los auxiliares y los delegados del obispo, y no constituyen con él más que una persona moral. Son nombrados por el obispo, quien puede destituirlos cuando le plazca.

2° Se llaman canónigos ― de la palabra griega kanon, regla ― los consejeros del obispo, y le asisten en las ceremonias pontificales. El cuerpo de canónigos forma el cabildo de la catedral, cuyo primer dignatario es el deán. A la muerte del obispo, la jurisdicción pasa al cabildo, que, dentro de los ocho días, debe nombrar un vicario capitular, cuya función es administrar la diócesis mientras esté vacante la sede.

Diariamente, los canónigos celebran la misa capitular por todas las necesidades de la diócesis, y rezan, mañana y tarde, la oración pública de las horas canónicas.


171. P. ¿Cuáles son los cooperadores de los obispos?

R. Los cooperadores de los obispos son los presbíteros o sacerdotes.

Estos pastores de segundo orden, sucesores de los setenta y dos discípulos elegidos por Jesucristo, son consagrados y enviados por el obispo, que les comunica una parte de sus poderes.

Los sacerdotes propuestos, bajo la autoridad del obispo, al gobierno de las parroquias, se llaman curas; en las parroquias importantes tienen por auxiliares a sacerdotes que se llaman coadjutores.

Los sacerdotes son en las parroquias los representantes del obispo, del Papa y de Jesucristo mismo.La palabra presbítero significa anciano, hombre de experiencia: indica la gravedad y la sabiduría que deben distinguir a los ministros de Dios. La palabra cura, del latín curator, designa al presbítero encargado del cuidado de las almas.

Todos los presbíteros son iguales por el carácter, pero no todos están investidos de los mismos poderes de jurisdicción ni revestidos de las mismas dignidades.

1° No pudiendo el obispo hallarse al mismo tiempo en todos los lugares de su diócesis para predicar, explicar el catecismo, celebrar la Misa, bautizar, confesar, bendecir los matrimonios, administrar los últimos auxilios espirituales a los moribundos, etc., divide su diócesis en diversas parroquias, y las confía a un sacerdote para que ejerza en ellas esos ministerios.

2° Los presbíteros son consagrados, nombrados y enviados por el obispo de la diócesis, como el obispo es enviado por el Papa, como el Papa es enviado por Jesucristo. El sacerdote no es un empleado, un funcionario del Estado; no recibe de los hombres su autoridad, sus derechos ni atribuciones. Ningún poder civil puede revocarlo ni quitarle sus poderes. Los obispos nombrados sin el Papa, lo mismo que los sacerdotes nombrados sin el obispo, son intrusos, de quienes debemos apartarnos, como en tiempo de la revolución francesa se apartaban los verdaderos fieles de los sacerdotes que habían prestado el juramento civil.


172. P. ¿Cuáles son los poderes de los sacerdotes?

R. Los curas poseen el poder de instruir a los fieles, de santificarlos con la oración y los sacramentos y de guiarlos al cielo.

El sacerdote es el hombre de Dios y el hombre del pueblo, el mediador entre el cielo y la tierra.

El sacerdote es el doctor de la verdadera ciencia, el dispensador de los dones divinos y el guía- del camino del cielo.

1° Los sacerdotes enseñan la religión. — Preparados para este ministerio por largos años de estudio, los curas están encargados de enseñar a. sus parroquianos la más importante y la más necesaria de todas las ciencias: la religión. Para evitar el olvido de esta ciencia, la recuerdan a los fieles mediante instrucciones frecuentes.

El sacerdote es el doctor de la verdadera ciencia.

2° El sacerdote tiene por misión santificar a los fieles. — Hay tres medios de santificación: la oración, el santo Sacrificio- y los sacramentos.

El sacerdote ora: siete veces al día recita las horas canónicas del Breviario, esa gran oración de la Iglesia; todos los días ofrece el santo Sacrificio de la Misa... Ora por los que no oran, y detiene el brazo de Dios provocado por los crímenes de la tierra. El sacerdote es el hombre de oración.

El sacerdote, como su nombre lo dice, sacerdos, es el dispensador de los sacramentos. Él engendra el alma para la vida sobrenatural por el Bautismo; la alimenta con la Eucaristía; la levanta con la Penitencia, y la prepara con la Extremaunción para comparecer ante Dios.

El sacerdote guía a sus fieles hacia el cielo. — El sacerdote es el intermediario entre Dios y el pueblo. Así como no se puede ir a Dios sino por Jesucristo, así tampoco se va a Jesucristo sino por el sacerdote. Nuevo Moisés, el sacerdote ha recibido la misión de guiar a las almas, a través del desierto de la vida presente, hasta la tierra prometida de la eternidad.

“Al sacerdote le incumbe el cuidado de explicar la ley divina, de decir lo que está ordenado, permitido o prohibido. A él corresponde la misión de dirigir la vida, de santificar la muerte, de abrir y cerrar las puertas del cielo. A él toca el hacer llegar al género humano a sus destinos. La dignidad del más humilde de los sacerdotes — sé que lo digo con gran escándalo del siglo, pero no importa — es superior a la dignidad del más grande de los monarcas, por la razón de que el menor de los bienes en el orden sobrenatural, aventaja infinitamente al mayor de los bienes en el orden natural” (47).

¿Por qué en nuestros días es combatido el sacerdote? — 1° Porque molesta a los que obran mal, recordándoles que hay un Dios, un infierno, un paraíso, una eternidad. “Todos los pillos, dice Monseñor de Segur, todos los borrachos, todos les malos sujetos, todos los ladrones, todos los demagogos, son enemigos de los curas. El hecho es cierto.

”Por otro lado, la gente buena, los hombres de bien, las personas honradas, estimables, delicadas, todos miran con simpatía al cura: Este hecho también es cierto. Hay que concluir, entonces, que se anda con muy malas compañías cuando se combate a los sacerdotes”.

2° La segunda causa de la enemistad contra el sacerdote es el odio de la francmasonería. Esta secta infernal tiene por fin la destrucción de la, religión católica. Para esto, los masones vilipendian al sacerdote, lo calumnian en los clubs, en los diarios y de otras mil maneras. Como odian a Nuestro Señor Jesucristo, es natural que maldigan al sacerdote, encargado de continuar la misión del Hombre-Dios.

Nunca les veréis combatir a los rabinos judíos, ni a los ministros protestantes, ni al morabito, ni a los sacerdotes de otros cultos. Sienten instintivamente que ningún carácter divino realza a los representantes de estas sectas religiosas. Pero frente al sacerdote católico, se exasperan y multiplican las calumnias y las persecuciones. Estos ataques no deben sorprendernos: Jesucristo los anunció a sus apóstoles: No es el siervo mayor que su señor. Si a Mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán 48 . Estas palabras, como todas las de Cristo, deben cumplirse; las calumnias que se esparcen contra los sacerdotes tan lejos están de escandalizarnos, que, antes bien, nos procuran una nueva prueba de la divinidad de la religión católica. 

¡Respeto, amor y adhesión al sacerdote!

I. Respeto al sacerdote. — Él es el hombre de Dios, su representante, su embajador para con los hombres.

1° El sacerdote es grande en su misión: está encargado de continuar la obra de Nuestro Señor Jesucristo, que bajó a la tierra para Glorificar a Dios y salvar las almas: “Como mi Padre me envió, así Yo os envío”. El embajador de un príncipe es tanto más respetado cuanto más grande es el soberano a quien representa. En él no se consideran ni sus cualidades ni sus méritos personales, sino su título. Pues bien, el sacerdote representa al Rey de los reyes, a Aquél en cuya presencia son polvo y nada todos los reyes de la tierra. El sacerdote es el embajador de Dios: “Pro Chrísto legatione fungimur”.

2° El sacerdote es grande en los poderes que posee. Grande se mostró Moisés cuando, con un golpe de su vara dividió las aguas del mar Rojo para salvar a su pueblo. Grande fue Josué cuando, con una palabra, hizo detener el sol. Pero más grande todavía es el sacerdote en el altar, donde manda a su Dios. Todos los días, él dice al Hijo de Dios: “Ven a morar entre nosotros”, y, dócil a esta voz, el Verbo de Dios, el Todopoderoso, el Criador de los mundos, baja al altar a encarnarse entre las manos del sacerdote.

3° Es grande el sacerdote en el tribunal de la penitencia: tiene en sus manos las llaves del reino de los cielos. Un alma está muerta para la vida divina; los ángeles no pueden resucitarla; María, Madre de Dios, no puede devolverle la vida... El sacerdote habla y dice: “Yo te absuelvo”, y esa alma resucita, y sus pecados quedan borrados para siempre.

4° Es grande el sacerdote en el pulpito: habla en nombre de Dios, y dice: “No os traigo mi doctrina, sino la doctrina de Dios que me envía”. La palabra divina ilumina el espíritu, consuela el corazón y penetra como una espada en las conciencias endurecidas.

5° Es grande el sacerdote junto al lecho de los enfermos: él les da el certificado para penetrar en el cielo. Todos rechazan a los condenados a muerte, todos los abandonan. Llega un sacerdote; toma entre sus manos sacerdotales las manos de ese criminal, manchadas todavía de sangre; estrecha contra su corazón puro ese corazón culpable, y, en el momento terrible, le dice: “¡Hijo mío, sube al cielo!...”. Y el cielo no puede rechazar a aquél que la tierra rechaza, pero que el sacerdote le envía.

Tal es el sacerdote: es otro Jesucristo, y con Jesucristo es el mediador entre el hombre y Dios.

II. Amor y adhesión al sacerdote. — Él es el hombre del pueblo, el gran bien-hechor de la humanidad. Él, como su divino Maestro, trae al mundo los dos bienes más necesarios: la verdad y la gracia.

1° El sacerdote da al mundo la verdad. La verdad es necesaria al hombre, como el sol al universo. Sin el sacerdote, el género humano se despeña en los errores más groseros y más repugnantes... Testigo, el mundo pagano; testigos, muchos de nuestros sabios modernos que se envilecen hasta sostener que el hombre desciende del mono.

El sacerdote es la luz del mundo. Enseña al hombre la ciencia de la vida, la solución de todos los problemas que le interesan y los medios de ser feliz, aun en esta tierra, pero particularmente en la vida futura. Él muestra el camino del honor y de la virtud, el camino del cielo.

Lo que el sacerdote ha hecho en todos los tiempos en los países civilizados, lo hace también en los pueblos salvajes, a los que evangeliza a costa de su sangre y de su vida.

2° El sacerdote trae al mundo la gracia, que es indispensable para practicar el bien. La gracia fortalece las voluntades, arranca los vicios, hace nacer y florecer las virtudes. Por la gracia, la caridad se difunde en todos los corazones y alivia por todas partes las miserias humanas. Casi no hay obra de beneficencia de la que el sacerdote no sea el fundador o el inspirador o el sostén. El librepensamiento, ¿ha producido nunca un San Vicente de Paúl, una Hermana de la Caridad, una Hermana Enfermera? Fueran menester volúmenes para poder narrar los beneficios del sacerdote: él es el gran bienhechor de la humanidad.

Los impíos preguntan: ¿Para qué sirven los sacerdotes? Hombres insensatos o malvados, ¿no son acaso necesarios para librar a la sociedad de los errores que vosotros esparcís con vuestros pestilentes periódicos? ¿No son acaso necesarios para que vosotros mismos podáis disfrutar en paz de vuestros bienes?... Cuando el sacerdote deje de estar presente para predicar la verdad, para proclamar los mandamientos de Dios, para conferir la gracia, entonces será el triunfo de la anarquía. Los enemigos del orden bien lo saben: por eso hacen lo posible y lo imposible para suprimir al sacerdote o aniquilar su influencia.

El sacerdote es el hombre más necesario, el más indispensable: es más necesario que los jueces, los generales del ejército, los diputados, los senadores, etc. El individuo puede vivir sin ellos; pero las sociedades no pueden vivir sin religión, ni la religión sin sacerdotes.

Mons. de Segur, en su opúsculo. Los enemigos de los curas, refuta las objeciones levantadas contra los sacerdotes.

“Hay en cada parroquia un hombre que no tiene familia, pero que es de la familia de todos; al que se llama como testigo o como consejero en todos los actos solemnes de la vida; sin el cual no se puede nacer ni morir; que toma al hombre en el seno de la madre y no lo deja sino en la tumba; que bendice o consagra la cuna, el tálamo nupcial, el hecho de muerte y el ataúd; un hombre a quien les niños se acostumbran a amar, venerar y temer; a quien los mismos desconocidos llaman padre; a cuyos pies el cristiano hace las confesiones más íntimas y derrama las lágrimas más secretas; un hombre que, por su estado, es el consolador de todas las penas del alma y del cuerpo; el intermediario obligado entre la riqueza y la indigencia; que ve al pobre y al rico entrar alternativamente por su puerta: al rico para entregar la limosna secreta, al pobre para recibirla sin ruborizarse; que, no siendo de ninguna categoría social, pertenece igualmente a todas las clases inferiores por su vida pobre y, a veces, por la humildad de su nacimiento, y a las clases elevadas por la educación, la ciencia y la nobleza de los sentimientos que la religión inspira e impone; un hombre, en fin, que lo sabe todo, que tiene el derecho de decirlo todo, y cuya palabra cae de lo alto sobre las inteligencias y sobre los corazones, con la autoridad de una misión divina y el imperio de una fe absoluta. 

”¡Este hombre es el cura!” — (LAMARTINE).



§3° LOS SIMPLES FIELES O LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA


173. P. ¿Cuáles son los miembros de la Iglesia? 

R. Los miembros de la Iglesia son todos los hombres bautizados que creen lo que la Iglesia enseña y están sujetos al Papa y a los otros pastores legítimos. 

Se distinguen en la Iglesia dos clases de miembros: 1° los miembros vivos, es decir, los fieles en estado de gracia; 2° los miembros muertos,, o los católicos en pecado mortal. Los pecadores forman parte de la Iglesia, como las ramas muertas de un árbol que, no estando separadas, forman parte de este árbol. 

Jesucristo nos enseña que su Iglesia encierra en su seno I us-' tos y Pecadores, cuando la compara con la red, en la que quedan prisioneros los peces buenos y los malos ; con el campo, donde crece la cizaña junto con el trigo ; con el rebaño, en el que están mezclados los machos cabríos con las ovejas. 

La Iglesia es una sociedad organizada, viviente : tiene, como la persona humana, dos partes : una interior, invisible, que le da la vida real, es el alma; otra exterior, compuesta de una cabeza y de diversos miembros, es el cuerpo de la Iglesia. ¿En qué consiste el alma de la Iglesia? 

En la gracia santificante, con las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. --Así como nuestra alma hace vivir al cuerpo y a sus diversos miembros, así el Espíritu Santo, por la gracia santificante, hace vivir al cuerpo de la Iglesia v a sus miembros, que ella une entre sí de una manera invisible, pero muy real, por los lazos de la fe, de la esperanza y, particularmente, de la caridad, compañera inseparable de la gracia. 

¿En qué consiste el cuerpo de la Iglesia? 

Es la sociedad visible compuesta de todos los hombres bautizados que profesan la verdadera doctrina de Jesucristo, participan de sus sacramentos y obedecen a los pastores que Él ha establecido. 

El Papa es la cabeza de este cuerpo social; los obispos son sus miembros principales, y los fieles, sus miembros secundarios. 

Tres condiciones se requieren para pertenecer al cuerpo de la Iglesia : 

1.° Haber recibido el bautismo, pues este sacramento nos hace hijos de Dios y de la Iglesia; 

2.° Profesar la verdadera fe, es a saber, creer en las verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia. 

3.° Obedecer a los pastores legítimos, al Papa y a los obispos. 

N. B. Los fieles no tienen participación alguna en la autoridad de la Iglesia, pero son llamados a cooperar con la Jerarquía en la difusión del Reino de Dios. También participan en las opiniones y discusiones teológicas, en las investigaciones científicas, apostando así, con su talento un bien enorme para la Iglesia universal.



174. P.  ¿Quiénes son los que no pertenecen a la Iglesia?

R. 1º Los infieles, que no han recibido el bautismo.
2º Los herejes, que rechazan algún artículo de fe.
3º Los cismáticos, que niegan obediencia al Papa.
4º Los excomulgados, que la Iglesia rechazó de su seno por causa de sus crímenes.
5º Los apóstatas, que han renegado de la fe de Jesucristo después de haberla profesado.

Ninguno de éstos pertenece al cuerpo de la Iglesia, si bien algunos de ellos pueden pertenecer al alma de ella, que es, a saber, poseer la gracia santificante.

1º Los infieles son aquellos que no han recibido el bautismo. Tales son los judíos, que no quieren reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios; dispersos por todo el mundo, que hacen una guerra encarnizada a la Iglesia Católica y a los pueblos cristianos. Los mahometanos, llamados también musulmanes, esparcidos por Asia y África: observan la falsa religión inventada por Mahoma, jefe árabe que vivió a principios del siglo VII. Los budistas o discípulos de Buda, muy numerosos en la China y en la India. Los brahamanistas o discípulos de Brahma, extendidos por el Indostán. Los idólatras, que adoran al sol, a los animales, a las plantas. Son también infieles aquellos que, en países cristianos, no han sido bautizados por negligencia o impiedad de sus padres.

Herejes son los hombres bautizados que rehúsan tenazmente creer alguna verdad revelada por Dios y enseñada por la Iglesia como artículo de fe. El nombre hereje deriva de una palabra griega que significa elegir, y designa a aquél que en religión distingue entre las verdades que consiente en creer y las rechaza. La herejía es un gran crimen, porque rehúsa creer a Dios, lo que es hacerle el mayor ultraje.

Dios permite las herejías: 1º, para probar la fe de los fieles; 2º, para arrancar de la Iglesia las ramas secas que la afean; 3º, para comunicar mayor brillo a las verdades dé la fe. Cada herejía es, para los doctores católicos, una oportunidad para poner más en relieve los dogmas combatidos, y para la Iglesia, el medio de fijarlos con mayor precisión. El orgullo del espíritu y la corrupción del corazón son la fuente de todas las herejías. El espíritu humano rehúsa inclinarse ante la ciencia infinita de Dios, que nos revela sus misterios; el corazón viciado se rebela contra una moral que le parece demasiado severa. 

3º Los cismáticos son aquellos que se separan de la Iglesia, negándose a obedecer a sus legítimos pastores, aun creyendo lo que ella enseña. Tales son los griegos y los rusos.

4º Los excomulgados son los que la Iglesia ha expulsado de su seno por causa de sus crímenes. Tales son los francmasones, los duelistas, etc. La excomunión es la pena más terrible que la Iglesia inflige. 

Se corta una rama podrida para que no inficione todo el árbol. Por eso la Iglesia, cuando uno de sus miembros se hace, por sus escándalos, peligroso para los demás, lo excomulga, es decir, lo arranca de su cuerpo, como un miembro gangrenado. El excomulgado es muy digno de compasión, porque dejando de pertenecer a la Iglesia, deja de participar de sus bienes espirituales: Queda excluido de la comunión de los Santos y privado de sepultura eclesiástica.

5º Los apóstatas son los que reniegan de la fe Católica, después de haberla profesado. Dejan de formar parte de la Iglesia cuando su apostasía es pública o manifestada por actos anticatólicos. Entonces son excomulgados. Tales son los racionalistas, que se llaman a sí mismos librepensadores. La apostasía es un crimen enorme.

¿Quiénes son los que pertenecen al alma de la Iglesia?

1º  Los párvulos que acaban de recibir el bautismo.

2º  Los fieles que han conservado o vuelto a adquirir la gracia bautismal.

3º  Todos los que están en estado de gracia.

Por consiguiente, los paganos, los herejes y cismáticos de buena fe pueden, con la ayuda de Dios, hacer un acto de perfecta caridad que les proporcione la gracia santificante necesaria para pertenecer al alma de la Iglesia.

Conclusión general. Tal es la organización de la Iglesia Católica: admirable por el orden y la unidad.

1º El catolicismo entero, cada diócesis, cada parroquia, lleva el mismo sombre: el de Iglesia. El Papa, el Obispo, el simple Sacerdote llevan el mismo título: el de Pastores.

2º La jurisdicción del Papa no tiene límites: abarca el mundo entero; la del Obispo no se extiende más que a su diócesis, la del simple Sacerdote, a su parroquia.

Jesucristo envía al Papa, el Papa envía al Obispo, el Obispo envía al Presbítero. Pero el Papa, el Obispo y el Presbítero, aunque se diferencien entre sí por los honores y la jurisdicción, tienen el mismo poder en el altar y obran el mismo milagro; dan a Jesucristo al mundo.

3º El Papa, en virtud de su institución divina, dispensa a toda la Iglesia el triple beneficio de la doctrina, de los Sacramentos y de la dirección espiritual: instruye, santifica, gobierna el universo.

El Obispo, en virtud de la misma institución divina y bajo la dependencia del Papa, asegura los mismos beneficios a sus diócesis.

El Sacerdote, en virtud de la institución eclesiástica, instruye, santifica y gobierna su parroquia.

4º Así organizada, la Iglesia, dice el Concilio de Trento, es un ejército desplegado en orden de batalla, donde los soldados están bajo la obediencia de los capitanes, los Sacerdotes; los capitanes bajo la obediencia de los generales, los Obispos; y los generales bajo la obediencia del general en jefe, el Papa: fieles, Sacerdotes, Obispos, Papa, he ahí toda la Iglesia con Jesucristo por fundador. Concepción divina, organización maravillosa, sociedad inconmovible e inmortal, que tiene por tesoro la sangre y los méritos del Salvador, y por fin, la adquisición de la vida eterna.

Si queréis alcanzar esa vida, permaneced en tan admirable sociedad; pero para permanecer eficazmente en ella, es necesario que seáis sumisos a los Sacerdotes, como los Sacerdotes lo son a los Obispos y los Obispos al Papa, que Jesucristo puso en la tierra para ocupar su lugar y ser su Vicario. Sin esta sumisión, no perteneceríais con alma y corazón a la Iglesia, la cual subiría al cielo sin vos; porque está escrito: “Quien por soberbia no quisiere oír al Sacerdote, muera”(49). 

5º La jerarquía de la Iglesia da a los fieles la firme seguridad de que se hallan en la verdadera religión. Cada católico, aun el menos instruido puede decir:

“Mi religión la he aprendido de boca de mi cura, que puso en mis manos, y me explicó, un librito llamado Catecismo. Lo que él me enseña se remonta de él a mi Obispo, que lo envió con ese librito; por mi Obispo, esta enseñanza se remonta al Papa, que envió a mi Obispo; por el Papa, esta misma enseñanza se remonta de Papa a Papa, hasta San Pedro, que la recibió de Jesucristo.

“Mi religión es la misma que San Pedro enseñaba y que él había recibido de Jesucristo. Porque si el cura que me instruye mudara algo en la doctrina Católica, los otros Sacerdotes y aún los fieles lo denunciarían al Obispo; y si mi Obispo alterara algo, los otros Obispos y aún los simples Sacerdotes y fieles lo denunciarían al Papa, y el Papa, guardián vigilante e infalible de la fe, lo separaría de la Iglesia..

“Una alteración en la fe es, pues, imposible hoy día, y lo fue también en todos los tiempos por las mismas razones. Mi religión es, por consiguiente, la que Jesucristo enseñó”.



Notas

45. Act. XX, 28.
46. El Papa, ¿es superior a los Concilios? — Sí; el Papa es superior al Concilio general como la cabeza es superior al cuerpo, o más bien: no hay Concilio sin Papa, como no hay cuerpo sin cabeza.
Es una verdad de fe definida por el Concilio Vaticano. Véase cómo el gran filósofo De Maestre refutaba las pretensiones del galicanismo: ―Dondequiera que haya un soberano — y en la Iglesia católica el soberano es incontestable — no puede haber asambleas nacionales, y legítimas sin él. Desde el punto que él dice: Veto, la asamblea queda disuelta; si se obstina, hay revolución.
―Esta noción tan sencilla, tan incontestable y que no se destruirá jamás, pone en luz meridiana cuán inmensamente ridícula es la cuestión de los galicanos. La cuestión no estriba en saber si el Papa es superior al Concilio, o el Concilio es superior al Papa, sino en saber sí un Concilio general puede existir sin el Papa, Esta, es la. cuestión.
Proclamar a voz en grito la superioridad del Concilio sobre el Papa, sin saber, sin querer, sin atreverse a decir lo que es un Concilio ecuménico,' no es solamente un error de dialéctica, es un pecado contra la probidad. Para disolver un Concilio, el Papa no tiene más que salir de la sala diciendo: No continúo aquí” — (Del Papa).
47. SANTO TOMÁS, 1, 2, 113, 9; Las grandes cuestiones religiosas, por BEESEAUX.
48. Joan., XV, 20.
49. Deut. XVIII,12.





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